Reacciones a la violencia y la corrupción: De la indignación a la proactividad

Este ensayo se divide en tres partes. En primer lugar, se constata la inseguridad y la corrupción que generan los imaginarios dominantes hoy en día en América Latina. En segundo lugar, se indaga en las manifestaciones de indignación que rechazan el status quo político y buscan establecer procesos autónomos de gobernanza. La última sección toma el ejemplo del MediaLab-Prado, que ha logrado conectar las expresiones de indignación con la producción de aprendizajes, saberes y herramientas para la construcción del procomún. Elijo este ejemplo porque gran parte de su actividad proviene de un movimiento afín a las manifestaciones latinoamericanas de indignación y porque viene trabajando en red con proyectos semejantes en América Latina.

La realidad de la violencia y los imaginarios de inseguridad y corrupción

La inseguridad que se genera a partir de la violencia y de la precariedad que deriva del despilfarro de recursos, es decir, de la corrupción, son dos de los disparadores más potentes de imaginarios. En América Latina son los temas más preocupantes. Para Imbusch et al. (2011) la violencia es una realidad endémica y va en ascendente desde la década de los 80, cuando terminó el monopolio de violencia que tenían las dictaduras y se pasó a la democracia en tiempos neoliberales. Además, la violencia permea todo; es multidimensional y transversal a todas las esferas de la sociedad: política, judiciario, policía, servicios públicos (todos considerados altamente corruptos); crimen organizado; estancamiento económico, desigual distribución de la riqueza (es decir, creciente pobreza) y desempleo, sobre todo para jóvenes; desarrollo urbano fragmentado y desigual, congestionamiento de tránsito, contaminación, y bajo nivel de los sistemas educativos; sexismo, racismo, clasismo y xenofobia; medios de información y comunicación tanto fidedignos como amarillistas que hacen hincapié en la violencia (Quenan et al., 2014). La sinergia de todos estos factores produce en América Latina un alto grado de percepción de inseguridad y miedo.

La inseguridad más palpable se siente en el propio entorno, en este caso las zonas urbanas, donde vive el 80 por ciento de la población latinoamericana (CEPAL, 2012). Con pocas excepciones, las ciudades latinoamericanas son las más violentas del planeta. Según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal, 43 de las 50 ciudades más violentas son latinoamericanas, con una capital nacional —Caracas— en la cabecera.

Gran parte de esta violencia se debe a una conjunción del crimen organizado y las fuerzas policiales mismas. El crimen crea fuente de empleo informal para jóvenes desocupados, sobre todo en zonas informales de la ciudad donde es difícil el acceso de la policía o donde se dan invasiones policiales para capturar a los delincuentes u ocupaciones militares de más largo plazo, como en Rio de Janeiro. Si bien toda la población de una ciudad puede sentir miedo al ver noticias escabrosas, son los habitantes de los barrios pobres que sufren los efectos tanto del crimen como del tipo de policía que se les proporciona. Las ciudades van fragmentándose todavía más ante la inseguridad, con las clases altas bunkerizándose en zonas elitizadas como Santa Fe y Plaza Carso en la Ciudad de México, Barra da Tijuca en Rio de Janeiro, las zonas oeste y sudoeste de São Paulo, Puerto Madero en Buenos Aires (Lemos, 2015) y de manera semejante en otras ciudades, inclusive relativamente pequeñas como San José Costa Rica, con su miamización en la zona oeste (Escazú, Santa Ana, Ciudad Colon) (Álvarez, 2013). Este desarrollo urbanístico responde de manera doble a la internacionalización: por una parte, la adopción de modelos urbanísticos internacionales (Miami, uno particularmente dilecto), y por otra parte la inversión internacional. En estos lugares se establecen bancos, hoteles de lujo, sedes regionales de multinacionales (Lemos, 2015: 20). Más abajo vemos también que otra vertiente de la globalización tiene que ver con el lavado de dinero, que se invierte en el desarrollo inmobiliario de las ciudades, sin preocupación alguna por el desplazamiento de la población de bajos ingresos. En estas zonas elitizadas se proporcionan buenos servicios de los cuales se carece en otras partes de la ciudad, si bien el transporte sigue siendo un grave problema en la totalidad de la ciudad, razón por la cual las élites de São Paulo y México se trasladan en helicóptero (Lemos, 2015: 19).

En algunas ciudades, como México, São Paulo, Río de Janeiro y Buenos Aires, zonas del centro son recualificadas —o gentrificadas— para acomodar a jóvenes profesionales, oficinas empresariales y emprendimientos de las industrias culturales y creativas.1 Vemos, por ejemplo, la instalación de pequeños emprendimientos de trendsetters en el Centro Histórico de México, recualificado con inversiones de Carlos Slim Heliu, así como en Roma y La Condesa (Olivera Martínez, 2015; García Canclini et al., 2012). De manera semejante, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires invierte en el Distrito de las Artes en La Boca, el Centro Metropolitano de Diseño en Barracas, el Distrito Tecnológico en Parque Patricios, el Distrito Audiovisual en Colegiales-Palermo, proyectos que según Di Virgilio y Guevara corresponden a una tendencia según la cual el Estado invierte para el beneficio del capital privado en los barrios del sudeste de la ciudad. En Río de Janeiro, la gentrificación se ha dado juntamente con los preparativos para los megaeventos, la Copa Mundial (2014) y la Olimpíada (2016). Se trata de mega-inversiones para la acumulación de capital privado. El proyecto estrella que incluye a las industrias creativas es Porto Maravilha, la recualificación del área portuaria, con la construcción de dos museos emblemáticos —Museu de Arte de Rio de Janeiro MAR2 y el Museu do Amanhã— además de la reforma de centenares de galpones donde se vienen instalando oficinas de las industrias creativas (comunicación estratégica, design, marketing, gestión) (O Globo, 2013). Pero acaso lo más interesante y problemático del proyecto de Porto Maravilha es la intervención estratégica en viviendas pobres y favelas para transformar estos espacios para el turismo y los negocios (Makhlouf de la Garza, 2015: 243). Yo mismo he constatado esa transformación en las favelas de Santa Marta y de Babilônia, donde me han hospedado en hoteles de diseño, con vecinos arquitectos, restaurantes de autor y tiendas de hipsters.

Cabe puntualizar que la violencia no ha sido eliminada por estos proyectos de reforma. En México el Observatorio de Seguridad capitalino informa que se ha vuelto a los índices de violencia de hace 20 años (La Ciudad, México). En Rio de Janeiro, los números de violencia se parecen a los de países en guerra como Siria debido al enfrentamiento de comandos narcotraficantes, policía y milicianos (“Números da violência”). Las Unidades de Policía Pacificadora (UPP), que debieron proporcionar policía comunitaria, no sólo han decaído sino que también generan su propia violencia. Además, gran parte de la violencia ha sido desplazada a otras favelas no pacificadas. Volveré sobre este tema al tratar la pacificación de las favelas y algunas iniciativas de acción cultural en Rio de Janeiro. Pero cabe puntualizar aquí que la reforma de la ciudad sirve los intereses del capital y no la de los ciudadanos menos pudientes, que han sido desplazados.

Jaílson de Souza Silva, director del Observatório das Favelas, informa que en Río de Janeiro la corrupción va en ascendente y la gente ya no sabe qué hacer. Y no sólo en Río de Janeiro; la situación es crítica en la mayor parte de América Latina. Puede decirse que nuestros países tienen estados fallidos, debido a la globalización (desde fuera) y la privatización (desde dentro); la estrecha relación entre el Estado y las organizaciones ilegales (crimen organizado, lavado; piratería; depredación de recursos nacionales; guerrillas; etc.) (Quenan et al., 2014: 242). Para los que conocemos América Latina no es una sorpresa constatar los índices del Barómetro Global de Corrupción, que revelan que los latinoamericanos perciben un alto nivel de corrupción. En una escala de 1.0 a 5.0, los resultados son los siguientes: 4,25 Partidos Políticos, 4,0 Parlamento, 4.0, judiciario, 4,0 Policía, 4,0 Funcionarios Públicos (Transparency International, 2013).

Hay una correlación entre la violencia urbana mencionada más arriba —la latinoamericana siendo la más alta del mundo— y el narcotráfico, ya que el 100% de la cocaína proviene de nuestra región, una tercera parte de la marihuana y casi el 10% de los opiáceos, conjuntamente generando un valor entre 157 y 242 mil millones USD, o una tercera parte del mercado mundial. Con esos montos el narcotráfico logra corromper a muchos políticos e industrias oportunas para el lavado de dinero como bienes raíces y banca. Si bien Colombia controla la producción de la cocaína y México su distribución hacia EE UU, el mayor mercado de drogas del mundo, también desempeñan un papel importante en el tráfico países intermedios como los de Centroamérica y el Caribe. Y para la distribución en Europa, Asia y África, se encargan Perú, Bolivia, Ecuador, Chile, Argentina y Brasil (United Nations Office on Drugs and Crime, 2016). Pareciera, además, que en lo que respecta a la corrupción y el lavado de dinero, tanto países con gobiernos de derecha como de izquierda están involucrados. Brasil, Colombia y México por una parte; Cuba y Venezuela por otra. Y tanto los skylines de Panamá y Rosario en la actualidad como el de Miami en los 1980s —y en la actualidad, como indican los Papeles de Panamá— tienen mucho que ver con el lavado de dinero (Beatty, 2007; López, 2016; Nehamas, 2016). Hasta los países con fuertes instituciones democráticas históricas como Uruguay y Costa Rica se encuentran en las pesquisas sobre el lavado (EFE, 2017).

El deterioro económico es una parte fundamental de la crisis que la mayoría de latinoamericanos siente. Luego de una mejora económica en la primera década del nuevo milenio, hubo crecimiento negativo en 2009 y desde entonces el rendimiento económico ha sido bastante débil, con aguda contracción en las economías del Brasil, México y Venezuela y contracción moderada en Argentina y Ecuador. Se pronostica un leve mejoramiento para el período de 2017-2019 (CEPAL, 2016), pero la dependencia en los commodities para la mayoría de los países de la región augura dificultades ya que la desaceleración de China y la política proteccionista de Trump no son alentadoras. Por cierto, una década de “marea rosada” en Sudamérica no logró transformar la matriz productiva: la dependencia produce una vulnerabilidad y las “políticas focalizadas que se supeditan al crecimiento económico y a las lógicas del mercado” no han permitido una eficiente “distribución de los ingresos, de tal modo que el desempleo, el subempleo y la subutilización de los recursos han empeorado, agudizando la dualidad de la región” (Zurbriggen y Travieso, 2016: 269-270).

Todo lo susodicho converge en la expulsión de habitantes, debido al desplazamiento gentrificador, la violencia que aqueja sus comunidades y la falta de empleo e ingresos, algunos a zonas más lejanas de donde vivían, otros a buscar su suerte en otros países. Como se ve en el gráfico, los desplazamientos en América Latina no llegan al extremo de los países del Medio Oriente y Asia, pero son bastante agudas las migraciones —la mayoría ilegales— debidas a conflictos y desastres, desde Méxcio, Cuba, Haití, República Dominicana, El Salvador, Colombia y Ecuador (IMDC, 2017). La violencia sólo aumenta para los que migran a lo largo de Centroamérica y México hacia Estados Unidos. Miguel Huezo Mixco, que ha estudiado la travesía hacia el norte por medio de México explica que a menudo los migrantes sufren más vejaciones que en sus países de origen. El endurecimiento de la política migratoria y el incremento de las violaciones a los derechos humanos de los migrantes comenzaron en los años 80 cuando Estados Unidos comenzó a presionar para que las autoridades migratorias mexicanas vigilaran la frontera común y para que deporten a los centroamericanos antes de que lleguen a Estados Unidos. Las dificultades trascienden el tema migratorio en sí, pues los migrantes son fuente de ingresos para el crimen organizado. Las rutas de los migrantes suelen coincidir con las que utiliza el tráfico de drogas. La proliferación de delitos perpetrados por bandas organizadas dedicadas al tráfico de indocumentados y al tráfico de drogas multiplica la victimización de que son objeto los migrantes indocumentados. “A menudo, la travesía finaliza de manera trágica. Los asaltos en la ruta del tren, por ejemplo, suelen ser protagonizados por pandillas, traficantes de humanos y las mismas autoridades” (Huezo Mixco, 2008: 29).

Desde luego, la violencia siempre existió, sólo que hubo formas y rituales para controlarla, en el sentido de conducirla. La religión y el Estado son formas “de conmemorar y enmascarar la verdadera violencia y victimización colectiva que dieron origen a la sociedad humana,” explica René Girard (1977: 306). Lo que estamos viendo no es tanto un aumento en la violencia sino su salida de lo obsceno —la ob skene en griego— lo que se oculta de la escena, es decir, que no debe ser visto a la luz de lo público. Sólo la violencia legítima puede ser vista, que en la religión y el Estado toma la forma de la víctima sacrificial, es decir, los que la sociedad expulsa o elimina para constituirse. Pero existen muchas formas de violencia ocultas, que salen a la vista cuando el Estado se desestructura, en las guerras o en contextos como los actuales en que se mundializa más que nunca una serie de violencias muy visibles. La crisis de las formas liberales de gobernanza, basadas en las instituciones disciplinarias, que deben producir sujetos bien formados —normalizados— desencadena una multiplicidad de conflictos que la sociedad ya no tiene forma de contener, salvo recurriendo a la violencia. El chivo expiatorio ya no es uno sino una diversidad de poblaciones meta (racializados, mujeres, LBGT, migrantes, terroristas, e incluso los que se consideran normales, la naturaleza). Se ve con más claridad lo que Foucault había explicado en Hay que defender la sociedad: que la sociedad se logra consolidar mediante la identificación (con frecuencia mediante alguna marca en el cuerpo) y expurgación de aquellos que se construyen como otros o abyectos. Las instituciones disciplinarias y biopolíticas se encargan de esa forma de violencia. Pero ahora, en la época pos-disciplinaria, la violencia ya no es controlada por los aparatos represivos estatales y sociales. Es decir, por una parte se debilitan las instituciones disciplinarias con la caída en la financiación pública y por otro, los movimientos de afirmación hace que cada vez más los sujetos rechacen la normalización. En esta época pos-disciplinaria surgen otras formas de control social.

Hace treinta años Deleuze (1991) ya había esbozado la transición de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control.

  • El capitalismo actual (entiéndase neoliberal) ya no es de concentración para la producción y creación de propiedad, que hoy en día se relega al tercer mundo, sino de sobre-producción (en maquiladoras) y venta de servicios y intercambio de acciones.
  • Se trata de un capitalismo dispersivo, en el cual los diversos espacios sociales de familia, escuela, ejército y fábrica ya no convergen en un propietario, Estado o potencia privada sino que son figuras transformables de una misma empresa que sólo tiene gerentes.
  • El mercado ya no se organiza mediante la disciplina, la reducción de costos o la especialización de productos sino por la toma de control, la fijación de cotizaciones y la transformación de productos.
  • El marketing, instrumento de control social, es de corto plazo, rotación rápida, continuo e ilimitado, mientras que la disciplina era de larga duración, infinita y discontinua.
  • El hombre ya no es el hombre encerrado, sino el hombre endeudado.
  • El capitalismo actual genera más pobreza que en el pasado, la cual se manifiesta en la explosión de villas-miseria y guetos.
  • El control se enfrenta a la disipación de fronteras.

Lo que vemos hoy es una intensificación del desorden que introduce el capitalismo del 1%, llámese neoliberal o no, pues no es una ficción que en nuestra época constatamos una tendencia en casi todos los países al aumento de riqueza de los ricos y la eliminación del financiamiento de lo que antes proporcionaba —desigualmente según los países— el Estado de bienestar keynesiano como compensación. Según Jean-Pierre Dupuy, el auge del economismo como explicación de todo ha proliferado los chivos expiatorios. El Estado es cada vez menos capaz de regular el capitalismo, aun cuando el Estado esté ocupado por una variedad de fuerzas. El Informe Económico Para América Latina y el Caribe del CEPAL explica que las multinacionales y transnacionales consiguen enormes beneficios tributarios que afectan la capacidad de los países para financiar el desarrollo nacional y la redistribución equitativa y así superar la pobreza (CEPAL, 2016: 19). En los mismos años en que Deleuze formulaba su idea de la sociedad de control, los sociólogos Scott Lash y John Urry (1987) explicaron este proceso como el desordenamiento del capital. Afirmaron que en lugar del orden incrementado que predecían Marx y Weber, el capitalismo se desplazó hacia una desconcentración del capital dentro de los Estados-nación; una separación creciente de los bancos, la industria y el Estado; una redistribución de las relaciones productivas y de los patrones de residencia que se relacionan con la clase social. De manera análoga, cabría agregar que hay un proceso de desdisciplinamiento, evidente en el retiro del Estado de bienestar y su sustitución por instituciones heterogéneas y más micro-gerenciadas de la sociedad civil y por sus homólogos, las organizaciones de la sociedad incivil (mafias, guerrillas, milicias, grupos racistas, etc.).

Frente a estos cambios, creo que podemos identificar dos reacciones diferentes de enojo: una resentida, evidente en la ola de odio hacia programas asistencialistas y de acogida de migrantes, y otra indignada, que se viene expresando en una serie de manifestaciones, ocupaciones y hasta derrumbamiento de gobiernos, algunas veces a partir de la canalización creativa de la sensación de incerteza. Siguiendo las reflecciones de Gainza e Ipar (2016), basadas en el marco analítico deleuzeano de Suely Rolnik (2016), el mundo se experimenta corporalmente por medio de los afectos de manera pre-consciente y “heterogénea respecto a cualquier codficiación cultural, imaginaria o simbólica”. La inquietud del ser humano emerge de la tensión entre afecto y codificación, que se estabiliza de dos maneras: o en la sujeción que la dominación requiere, que “implica una atrofia de la sensibilidad y una unilateralización funcional de la experiencia”; o en la exploración creativa que otorga “a una experiencia singular del mundo palabras e imágenes no preasignadas por cierta configuración actual de la dominación” (Gainza e Ipar, 2016: 254).

Según este marco analítico, la inestabilidad y el desplazamiento de la subjetividad son reforzados por las formas de producción y acumulación: la flexibilidad o escasez del trabajo que exige ese modelo económico; la ineficacia de la política y las políticas públicas, cada vez peores; la constatación de la corrupción y la criminalidad en otros, aguzada por los medios; el encuentro exacerbado por la globalización de personas de diferentes culturas, religiones e identidades; el alto riesgo que se siente en el propio espacio; etc. Esta inseguridad conduce a proyectar el malestar que proviene de la percepción de la propia deficiencia sobre otros, que son identificados por su raza, género, sexualidad, clase, ideología o nacionalidad, y “demoniza[dos], intoxicándose de odio y resentimiento” (255).

Ese es uno de los escenarios más típicos hoy en día cuando se piensa en las reacciones de resentimiento y odio, lo que explica el aumento del terrorismo interno a occidente: muchos de los actos de terrorismo en Europa e los EUA provienen de dentro, de descendientes de migrantes islámicos o de personas blancas que se creen normativas y quieren expulsar a migrantes, negros, judíos o personas LGBTIQ. Los resentidos se alían con los neoliberales contra la redistribución equitativa, haciéndola más difícil. Vemos aquí lo que Girard llama deseo mimético, que para él es el origen de la violencia: los que se creen normativos rechazan las políticas de beneficios sociales para los más necesitados, acusando la justicia estatal benefactora de ser lo opuesto: de ser injusta: “¿Por qué mi vecino recibe beneficios que yo no recibo?” (Gainza e Ipar, 2016: 257). En su libro La economía del futuro, el economista Jean-Pierre Dupuy observa que en la economía actual se promueve el consumo no sólo para alentar el crecimiento económico sino también para paliar la incerteza e inseguridad con que vivimos. Se trata, según él, de una perversión de la fe por el capital actual, que transforma a los ciudadanos en soberanos consumidores animados por el deseo mimético. Como concluyen Gainza e Ipar, “El Estado finalmente se des-responsabiliza y deja en manos de cada quien la lucha por la supervivencia en condiciones de desigualdad que prometen extremarse” (Ídem.). Los movimientos de indignación estallan, en parte, contra un sistema económico en crisis que deja ver su tentativa de pacificar a la sociedad mediante el consumo.

Redes de indignación y esperanza

Pero también existe otra acción ante la incertidumbre y la inseguridad, un salto creativo en la incertidumbre misma, es decir, la potencialidad que se vislumbra en el desorden económico, político y social. Pienso en los diversos movimientos de indignación, valiéndome del término paraguas que Manuel Castells usó en el libro Redes de Indignación y Esperanza para caracterizar a la miríada de personas y causas diferentes que militan en ellos.3 Desde luego, los movimientos de indignación no aparecen de la nada; ya tenían antecedentes como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que surgió en 1994, los movimientos anti-globalización iniciados en Seattle en 1999, ¡Que se vayan todos! a partir de diciembre de 2001 en Argentina, el Foro Social Mundial, que inicia en Porto Alegre en 2001. También los movimientos de la primavera árabe, que se inicia en diciembre de 2010 en Túnez y se extiende a otros países aledaños donde hay gobiernos autoritarios. Todos estos movimientos tienen en común el enojo multitudinario, pero no necesariamente un afecto de resentimiento, ya que en lugar de proyectar el desencanto en otros y convertirlos en chivos expiatorios, la indignación lleva a los participantes a oponerse a los actores arraigados en las podridas instituciones políticas y sociales. Como veremos, en lugar de mantener una relación de deseo mimético con esos actores tradicionales (es decir, desear el mismo poder que las élites políticas y económicas detentan), las redes de indignación no reproducen una identidad corporativa, rechazan la representatividad y el poder represivo tanto del Estado soberano que se ejerce sobre los cuerpos de los sujetos, sea físicamente o a través del disciplinamiento conductual, como de las vanguardias políticas que procuran liderar la resistencia al poder soberano.

Aunque son muy diferentes, ocupando diversos espacios, tradiciones y culturas, se podría decir que los movimientos de indignación comparten las siguientes características:

  • La aceptación y acogida de la diversidad e igualdad de los actores y sus diferentes luchas.
  • El uso de los medios sociales por los participantes y organizadores desempeña un papel infraestructural para la política de los movimientos.
  • El pasaje entre la comunicación digital y la ocupación de calles y plazas.
  • El compromiso con formas de organización sin liderazgo.
  • Un proceso de toma de decisiones basado en la democracia de base y el consenso.
  • Una desconfianza con los actores institucionales, sean partidos, sindicatos tradicionales o instituciones políticas existentes en general (Funke y Wolfson, 2017: 398).

Cabe profundizar más en el papel del afecto en estas revueltas reticulares. El análisis de datos hace posible comprender e incluso visualizar la carga afectiva que se genera en la comunicación y en la participación en las revueltas. Aquí el trabajo de los nativos digitales milénicos es importante, pues han elaborado herramientas para medir la carga afectiva en las redes. Por ejemplo, Bernardo Gutiérrez informa que el análisis de megadatos “revela que los tuits de la gestión del 15M español tiene el doble de la carga emocional que lo normal” (Gutiérrez, 2013).

La represión policial en las acciones sólo aumenta la carga afectiva. En su investigación de la desconfianza hacia los actores institucionales, la socióloga e investigadora de movimientos sociales, María de la Gloria Gohn (2015), explica que las redes constituyen una innovación en la historia de los movimientos sociales porque se resisten al modus operandi de los partidos y las organizaciones ya institucionalizadas, que buscan controlar la acción y que están en competencia unos con otros: por ejemplo, Movimiento de los Trabajadores sin Techo (MTST), Unión Nacional de Estudiantes (UNE), Central Única de los Trabajadores (CUT). Las redes colaboran, se contagian y no tienen liderazgos tradicionales, lo que no quiere decir que no existan intermediaciones para facilitar la comunicación y la interacción.

A diferencia de la competición, basada en el deseo mimético, las redes pasan de la indignación y el miedo a la esperanza y o empoderamiento, como constata la Cartografía Afectiva de los Protestas en Brasil (Talk Inc., 2013).

Javier Toret, uno de los iniciadores de ¡Democracia Real Ya! explica que las emociones recorren los cuerpos en red virtual y física velozmente, generando viralidad y una catarsis colectiva (Toret et al., 2013: 69; ver también Gutiérrez, 2013). El afecto fluye a través de Internet entre redes y calle; no es factible separarlas, ya que se retroalimentan recíprocamente.

Cuando un cuantum de energía que se crea en la red en la medida que nos “autoproducimos” empoderamiento retroalimentando nuestras emociones, ideas, cuando ves que no estas solo, tenemos fuerza para autoconvocarnos. En la red “creemos en el mundo concreto de la propuesta virtual” (si nos conmueve y nos parece interesante) y nos convencemos de que podemos hacer algo juntos en la calle. Cuando esta actividad cognitiva y emocional se retroalimenta y toca la calle y los cuerpos se encuentran y sincronizan, la emocionalidad colectiva sube su actividad y esto empodera aún más (Madrid Wiki, 2013).

Hay estudios de todas las revueltas de indignación, pero voy a hablar de tres y luego detenerme en un caso particular —el MediaLab-Prado en Madrid— que me parece revelador por dos razones: aunque no sea una institución educativa, es un modelo de educación colaborativa para el empoderamiento ciudadano. También es un ejemplo de la capacidad de algunas redes de formar parte de la gobernanza de una ciudad y a la vez mantener su autonomía. Pero antes comienzo con dos revueltas que ejemplifican con claridad el papel del afecto y del contagio en el surgimiento espontáneo de las redes.

El primero, #yosoy132, se creó espontáneamente cuando unos estudiantes de la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México hicieron críticas a Enrique Peña Nieto, entonces candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la presidencia. Según ellos, él había violado los derechos humanos de los manifestantes en el municipio de San Salvador de Atenco cuando era gobernador del Estado de México. Acto seguido, el partido y los medios de comunicación caracterizaron a los jóvenes como agentes provocadores mandados por uno de los rivales políticos y no como verdaderos estudiantes de la universidad. Casi instantáneamente, 131 jóvenes elaboraron un video que colgaron en internet en el que mostraban sus credenciales como estudiantes de dicha universidad.4 En el video declararon: “Estimados Joaquín Coldwell, Arturo Escobar, así como medios de comunicación, pedimos su neutralidad. Usamos nuestro derecho de réplica para desmentirlos. Somos estudiantes de la Ibero, no acarreados, no porros y nadie nos entrenó para nada“ (Vivas, 2012). El video se viralizó y las redes sociales mostraron su apoyo adhiriéndose como el número 132: #Yosoy132. Es decir, millares de personas se declararon el #132. Esa red, indignada frente a los abusos del poder político, entró en contacto con otras redes en un proceso de contagio mutuo, y militando en relación a otras causas. Como explica un estudiante de comunicación de la Ibero, Rodrigo Serrano, el fuerte enojo acumulado llevó a los alumnos a “escarbar más” y darse cuenta que se trata de un sistema corrupto (LGVPLE, 2016).

La comunicóloga mexicana Rossana Reguillo escribe al respecto: “En mi investigación sobre las revueltas en red, con énfasis en #OccupyWallStreet y #YoSoy132, arribo a una hipótesis interpretativa que resiste el análisis: el empoderamiento es una dimensión clave para la acción. De la desesperanza y la tristeza, se pasa a la rabia, a la indignación, pero es el vértigo de la emoción colectiva del empoderamiento lo que detona la posibilidad de atravesar las capas del miedo y la tristeza” (2016: 190). Lo que se pierde en las estructuras institucionales competitivas es la solidaridad, que es la interfaz entre indignación y compromiso, esa capacidad de “sentir con otros e imaginar un bien común para y con otros“ (ídem.). Pero esa solidaridad no quiere decir fusión con el otro; la relación con el otro, dice Rossana, crea extrañamiento, que a su vez lleva a la reflexión. En conclusión, este extrañamiento también es importante para imaginar y crear nuevos conocimientos y modos de hacer.

Otro movimiento mexicano nació en una tragedia: la masacre y desaparición de 43 normalistas del pueblo de Ayotzinapa, México. Para los normalistas, sus familias y muchos otros la total pérdida de seguridad se hizo evidente en la colaboración del Estado y el crimen organizado del narcotráfico. ¿Dónde se podría buscar la seguridad si los políticos, los policías y los narcos actuaban conjuntamente? Como escribió Rossana Reguillo (2014) poco después del acontecimiento, un “huracán de rabia y desconcierto” recorrió el país no sólo ante la muerte atroz de los jóvenes sino también ante “la cruda y aterradora evidencia del grado de descomposición en las estructuras del Estado que no puede esconder… que la narco-política capitalista controla buena parte del paisaje nacional“. Puesto que el gobierno se ha resistido a hacer una investigación efectiva que identifique a todos los involucrados en el delito y su encubrimiento y llevarlos a la justicia, las acciones siguen vigentes en la actualidad. La solidaridad con los asesinados y desaparecidos se dio en todo el país y en muchos otros también. En su análisis de datos extraídos de las redes sociales, Bernard Gutiérrez (2015) muestra que la explosión global de solidaridad con Ayotzinapa “fue posible gracias, entre otras cosas, a la actividad de los nodos de #YoSoy132” y a su vez el vínculo con otras redes de revueltas globales, en México, como los zapatistas cuyas comunicaciones circulaban en muchas redes, en España (15M, ¡Democracia Real Ya!), Estados Unidos (redes de apoyo a Noam Chomsky y #BlackLivesMatter), Ecuador (Yausunidos), Argentina (Madres de Plaza de Mayo), y otros países latinoamericanos.

Las manifestaciones de junio 2013 marcaron un antes y después en la movilización social y política en Brasil. Desde luego, ya había habido manifestaciones de signo político diverso, como las movilizaciones para elecciones “direitas já” en los años 80, el movimiento por el impeachment de Fernando Collor de Melo en 1992, las manifestaciones para la paz en 1992 y 1993 en Río de Janeiro, o las movilizaciones de los sin techo y varias sublevaciones contra el alza en la tarifa de transporte público, entre otras. Pero es el entorno de redes sociales y aglutinación con otras causas que distingue a las manifestaciones de junio de 2013. Iniciadas contra el alza en la tarifa del transporte público, rápidamente se conectaron con otras demandas: contra la corrupción y la violencia policial, el rechazo al exorbitante gasto en grandes eventos deportivos cuando los servicios públicos, sobre todo de salud y educación, son pésimos, el derecho a la ciudad para todos, etc. Hasta pusieron en riesgo el gobierno de Dilma Rousseff, algo que se consolidó cuando la derecha hizo manifestaciones a favor del impeachment en 2015. Pero como veremos, los movimientos en red generados a partir de 2013 no eran partidarios y continúan no siéndolo en la actualidad ya que políticos de toda afiliación partidaria —inclusive, y sobre todo, el corrupto presidente Michel Temer—5 han sido acusados o procesados por corrupción.

En su ensayo, “O antes, o durante e o depois das mobilizações de 2013 em Porto Alegre: A força das ruas e seus desafios,” Lorena Castillo explica que las luchas por la movilidad urbana comenzaron a principios de 2013 «con la formación de un “espacio… intersectorial, que agregó diferentes fuerzas… y que resulta… de la acumulación de años anteriores» (Castillo, 2015: 123). Así, se gestó el Bloque de Lucha por el Transporte 100% Público en Porto Alegre, formado por militantes y colectivos de diferentes corrientes ideológicas de izquierda, por movimientos de base y por individuos autónomos, que realizó asambleas y muchas otras actividades. Pero el punto importante es que hubo un empeño para crear una estructura abierta. “Ganamos desde el principio un carácter más independiente y combativo, donde se hacía difícil el intento de burocratización y aparición por parte de partidos y organizaciones políticas” (Ídem). Castillo reconoce las tensiones con las prácticas de “vanguardia esclarecida” de los partidos tradicionales de izquierda y explica que las fuerzas autónomas lucharon para crear un espacio en que individuos y colectivos autónomos pudieran encontrarse. Así nació el Frente Autónomo, “espacio que propició durante un buen tiempo un puño firme contra prácticas oportunistas y centralistas”(126). Constituido en gran parte por jóvenes sin las viejas referencias políticas de izquierda, se hicieron críticas a las estrategias de cooptación del gobierno estatal del PT, que había transigido en políticas de neodesarrollismo y la acomodación del interés de las élites “con grandes inversiones y repart[ió] míseros recursos para amenizar las condiciones de desigualdades del pueblo pobre“ (127).

Según Castillo, la indignación ante la represión de la manifestación del 1º de abril generó tanta solidaridad a favor de la libre manifestación que hubo una mayor adhesión de la población y tres días después se revocó el aumento de pasajes. Los manifestantes tuvieron que luchar contra dos fuerzas: por una parte, los partidarios electorales que intentaron apropiarse de la victoria, y por otra la agresiva campaña de los medios de criminalizar a los manifestantes mediante las distorsiones del fake news. La agilidad comunicacional de los nativos digitales hizo posible perforar el bloqueo del monopolio de comunicación.

Para mí, el movimiento de mayor éxito hasta la fecha es el 15M en España, o mejor, las acciones e iniciativas derivadas de ese evento. Los sentimientos de hartazgo, rabia, e indignación luego de varios años de crisis, inercia y corrupción de la clase política —de todos, desde la derecha a la izquierda— llevan a un grupo de 40 personas a reunirse y acampar en la Puerta del Sol en Madrid el 15 de mayo de 2011. Comenzaron a postear mensajes en twitter y otras redes sociales y cada día crecía el número de manifestantes. Cinco días después tenía 28.000 personas reunidas en la Puerta del Sol. Se organizaron asambleas y acciones de grupos como ¡Democracia Real Ya!, #nolesvotes, No a la ley Sinde, etc. Pero el #15M no quedó en la indignación ante los abusos de los partidos, los banqueros y las instituciones corruptas en el contexto español de finales del siglo XX y comienzos del 21. Como atestiguan Toret et al., pocos meses después de mayo de 2011, los grupos que se reunieron en asambleas y otras personas que fueron atraídos por la energía generada, quisieron entender cómo se logró el fenómeno del 15M, lo cual llevó a reflexiones organizadas en grupos de trabajo para proyectar posibilidades de esfuerzos proactivos en torno a una serie de interrogativas: “¿Podemos generar conocimientos que mejoren el impacto de la capacidad de influencia de estos fenómenos? ¿Podemos pensar una ciencia de la organización política en una analítica o pragmática de acción colectiva en rojo?” (Toret et al., 2013: 11).

Para hacer un análisis más efectivo del 15M, Toret et al. proponen el desarrollo de nuevas herramientas adecuadas para captar la complejidad del fenómeno. La mirada que él y sus asociados desarrollan no privilegia las “grandes referencias teóricas” y se concentra en un “análisis transdisciplinar de datos, redes, emociones y narraciones propias del movimiento” (ídem), en constante diálogo con diversos campos y conceptos. Se trata de un análisis pragmático. Si bien muchos de los escritos sobre estos movimientos de indignación celebran conceptos teóricos derivados de Deleuze o Hardt y Negri, como la multitud y el nomadismo, para Toret y colegas los estudios empíricos arraigados en los datos que se generaron a partir de #15M y otros hashtags pueden o no proporcionarle carne práctica a esos conceptos.

Más aún, el análisis puede mejorar la capacidad presente y futura del 15M “ya que necesitamos esos movimientos para dar consistencia a la esperanza que ellos han generado en el mundo” (13). Toret y sus colegas elaboran muchos insights a partir de las prácticas de los participantes del 15M y eventos derivados, demasiados para resumirlos aquí. Sólo hago referencia a algunos:

  • La tecnopolítica supera el ciberactivismo al facilitar la capacidad organizativa masiva mediada por la red y capaz de producir estados de ánimos empoderados y un patrón de autoorganización política en la sociedad “Red”;
  • “La capacidad performativa de la tecnopolítica para crear y (pre)vivir acontecimientos.”
  • El contagio tecnológicamente estructurado extiende las acampadas interconectadas;
  • Las emociones sirven de “motor de la acción colectiva en el 15M”;
  • “Las diferencias entre el movimiento, el clima y el sistema de red… evidencia[n] que el 15M es más que un movimiento social y que el enfoque de comportamiento colectivo autoorganizado en forma de sistema red da mayores posibilidades de explicación;
  • Se esclarece poder constituyente de tipo distribuido que emerge en fenómenos como el 15M
  • Se echa luz sobre el comportamiento colectivo de los enjambres (14-16)

El MediaLab-Prado: de la indignación a la proactividad

Entre las más interesantes conclusiones del trabajo de Toret y colegas se ofrece la constatación de una experiencia afectiva diferente al resentimiento. Gran parte de lo que hacen los activistas en el 15M y acciones derivadas no es denunciar sino proponer y construir esperanza. Quiero pasar a un ejemplo concreto de esta construcción de acciones, instancias, colectividad en continuo contagio. Se trata del MediaLab-Prado, que incluyo en una investigación para un libro sobre el concepto y la práctica de la interacción de saberes, término que prefiero al de interculturalidad, por los problemas conceptuales y reales que surgen al suponer la cohesión subjetiva de personas que supuestamente comparten una cultura. No voy a entrar aquí en el avispero de cuestionar el concepto de cultura. Más importante es darle seguimiento al MediaLab como lugar de encuentro y desencadenador de innovación social para todo tipo de proyecto. Menciono el MediaLab-Prado porque aunque nació varios años antes del 15M, las circunstancias que llevaron a su nacimiento son las mismas que llevaron al 15M. Pero antes de hablar de esas circunstancias, cabe decir qué es el MediaLab-Prado.

El MediaLab Prado se define en su página web como “un laboratorio ciudadano de producción, investigación y difusión de proyectos culturales que explora las formas de experimentación y aprendizaje colaborativo que han surgido de las redes digitales”. Cabe también reproducir sus objetivos:

  • Habilitar una plataforma abierta que invite y permita a los usuarios configurar, alterar y modificar los procesos de investigación y producción.
  • Sostener una comunidad activa de usuarios a través del desarrollo de esos proyectos colaborativos.
  • Ofrecer diferentes formas de participación que permitan la colaboración de personas con distintos perfiles (artístico, científico, técnico), niveles de especialización (expertos y principiantes) y grados de implicación (MediaLab Prado, s/f).

El MediaLab lleva en su ADN el impacto de los “nuevos modos de hacer” que se venían gestando en Madrid a lo largo de los 90 en los espacios autogestionados y laboratorios en que colaboraban artistas, activistas, hackers y vecinos (Durán, 2016: 275). Debido a este origen múltiple, que también desemboca en las manifestaciones, acampadas y asambleas del 15M, el MediaLab asume un modelo en que lo estético tiene un papel en el prototipado junto a otros saberes y modos de hacer, en particular los activistas y tecnológicos. A su vez, los modos de hacer tienen una fuerte carga heurística, en la que se entrelazan o estético y lo político. Las prácticas ensayadas en el MediaLab se atienen al principio del involucramiento polifónico en las tomas de decisión. Y no se trata de una polifonía representacional, según la cual habría, como en el arca de Noé, una pareja de cada especie que representaría a sus congéneres. El valor heurístico de las prácticas en el MediaLab no es una suma de representaciones como en la política de identidades. Más importante que cualquier experticia o perspectiva individual, es el encuentro de diversos saberes y sensibilidades que conduce a la innovación. Creo que lo que constatamos en el proceder del MediaLab es una forma de descubrimiento común al arte y la ciencia y que se lleva a la política a través de la inteligencia colectiva que se produce allí. Podría decirse que los proyectos del MediaLab buscan liberar esa inteligencia colectiva de las camisas de fuerza de las actuales instituciones culturales y sociales. Para el director, Marcos García, “La promesa del prototipo viene de que todo se hace cuando aún operamos en la fase de lo abierto, lo tentativo, lo informal, lo híbrido, lo inclusivo y lo horizontal” (comunicación personal, 17 de julio de 2015).

He asistido a lo largo de los últimos ocho años a varias presentaciones, grupos de trabajo y talleres. Podría decirse que esta metodología de animar la inteligencia colectiva infunde todas las líneas de trabajo del MediaLab: usos creativos de la electrónica y la programación; investigación y reflexión en torno a la cultura de las redes; estrategias y herramientas de visualización de la información; discusión sobre el bien común en todas las disciplinas; y creación sonora y audiovisual. Conocí el MediaLab en 2009 cuando estaban en exposición los proyectos Interactivos 09: Ciencia de garaje (del 28 de enero al 14 de febrero de 2009).6 Se trataba de propuestas en que “la ciencia, la tecnología y el arte confluyen para desarrollar proyectos con software, hardware y biología”. Según la convocatoria, los talleres en que participaron los colaboradores “se conciben como espacios de trabajo colaborativo, intercambio de conocimientos y formación teórico-práctica, en un ambiente de relación horizontal entre profesores, desarrolladores y los propios colaboradores” (MediaLab Prado, 2009).

Cabe dar un ejemplo de los centenares de proyectos que se llevan a cabo en el MediaLab. Open Source Estrogen, proyecto en que participó mi tutorado, Carlos Gámez-Pérez, explora las maneras en que el estrógeno se filtra en el medio ambiente contamina y transforma mutagénicamente a todo tipo de especies, incluyendo a la humana. Carlos, que es científico y teórico, contribuyó con un elemento teórico en torno a el antropoceno y el concepto de “violencia lenta,” condensado en el neologismo “bio-lencia” que elaboró el grupo para caracterizar las distintas formas en que “el estrógeno lleva a cabo la colonización molecular en la sociedad humana, en nuestros cuerpos y en nuestros ecosistemas” (MediaLab-Prado, 2016a). Se trata de una de muchas violencias invisibles a nuestros cuerpos. En este encuentro de diversos saberes fue necesario “hacer concesiones e incluir nuevos conceptos en el lenguaje de cada participante para iniciar a comunicación” y conducirla en el proceso heurístico (Gámez-Pérez, 2017: 373).

Podría decirse que el MediaLab es un laboratorio del procomún, no sólo abierto a propuestas de grupos de trabajo como los que acabo de mencionar, sino otros con valor multiplicador dirigidos a Madrid y a otras ciudades. En verdad, se trata de la construcción del procomún. Esto se verifica en el trabajo que se hace en el MediaLab para animar los procesos de gobernanza. Para este fin, funge como conector o hub de comunidades de práctica, tanto a nivel local como municipal. Internet y las redes sociales proporcionan vías de conexión barrial e inter-barrial y el MediaLab es un espacio apto para multiplicar las conversaciones y los procesos de inteligencia colectiva. El MediaLab-Prado es un vivero de innovación para la ciudad de Madrid, sobre todo a partir de la elección de Manuela Carmena como alcaldesa en 2015. Tanto la ciudad como el MediaLab son parte de un movimiento municipalista en España y en otros países. En España, varias ciudades del cambio —entre ellas Madrid, Barcelona, Valencia, A Coruña, Cádiz— fueron reanimadas por la fuerza del 15M y los tipos de herramientas que se innovan en el MediaLab y espacios afines van contribuyendo a su gestión.

Tuve la oportunidad de participar en varios talleres en mi visita más reciente en noviembre de 2016. A nivel local, asistí a dos talleres: uno de innovación social para elaborar una convocatoria a talleres en los cuales se prototiparía una metodología para aproximar a los funcionarios y trabajadores públicos a la ciudadanía. En la sesión había funcionarios públicos y de organizaciones de tercer sector, abogados, académicos, activistas. El otro reunió a agentes culturales, técnicos municipales, activistas y artistas en general para elaborar un diagnóstico de la situación de los centros culturales de distrito y las políticas culturales de proximidad que hay en la ciudad. A continuación aporto unas pinceladas sobre estos laboratorios y grupos de trabajo para dar una idea de cómo operan.

Asistí a la tercera sesión del grupo de trabajo de innovación social en que se gestó la convocatoria para el proyecto “Madrid Escucha. Ciudadanos y empleados públicos mano a mano,” en el cual “ciudadanos y empleados municipales [se reúnen] para experimentar y aprender juntos en torno a iniciativas que contribuyan a mejorar la vida en común” (MediaLab-Prado, 2017). Se dialogó sobre varios proyectos seleccionados por dos programas —Innovando Juntos y Funciona Madrid— que buscan canalizar el talento de los funcionarios en beneficio de los ciudadanos. Entre las ideas generadas se destacaron abrir canales permanentes para dar cauce a las ideas de las personas que tienen un potencial innovador; considerar si las ideas innovadoras se dan necesariamente en configuraciones transversales o si son más efectivas agrupadas en sus propias áreas de gobierno; fomentar el reconocimiento de pequeñas ideas que suelen quedar solapadas; buscar modos de dar continuidad a los proyectos innovando procesos de colaboración flexibles para no desalentar a los que tienen otros compromisos; designar un espacio de reunión mensual en el MediaLab para intervenir los softwares de planificación y abrirlos a la ciudadanía como contribución al modelo de gobernanza abierta.

Ya en la primera sesión de este grupo se establecieron los ejes de trabajo: innovación para la democracia; Madrid aprende; Madrid en los barrios; Madrid digital; laboratorio de innovación jurídica; Madrid ciudad de los cuidados; la financiación y su incidencia en la ejecución de proyectos; la “reconceptualizacion” y redefinición de los procesos; la ley de cesión de espacios y metodologías abiertas. En la segunda, se comentó una exposición impartida por Alberto Corsín, del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid, sobre los conceptos de “innovación” e “innovación público-social”, reconociendo que el tema tiene una larga trayectoria. No obstante, Corsín hizo hincapié en las experiencias de Madrid como hervidero de iniciativas de innovación a partir de y con las cuales habría que ir construyendo las metodologías para aproximar los funcionarios a la ciudadanía. Es decir, se propone aprender de los procesos ciudadanos ya en curso.

Algo parecido se da a nivel internacional, donde también el MediaLab conecta a agentes deseosos de participar en la transformación de sus propios entornos. A menudo se conectan los procesos locales e internacionales en encuentros de aprendizaje mutuo. Podría decirse que esta metodología de animar la inteligencia colectiva infunde todas las líneas de trabajo del MediaLab: usos creativos de la electrónica y la programación; investigación y reflexión en torno a la cultura de las redes; estrategias y herramientas de visualización de la información y de participación ciudadana; discusión sobre el bien común en todas las disciplinas.

Participé en el taller Inteligencia Colectiva para la Democracia, un programa de sesiones de trabajo de dos semanas. La convocatoria invitó a hackers, artistas, activistas, políticos, programadores, diseñadores, técnicos de participación y a cualesquiera otros interesados a participar en la evaluación y diseño de “nuevas herramientas que nos ayuden a caminar hacia una democracia directa y deliberativa utilizando las posibilidades que nos brindan las nuevas tecnologías en red” (MediaLab, 2016b). Entre los participantes asistieron cuarenta agentes internacionales, varios de ellos funcionarios de gobiernos locales, con uno de los cuales entablé una buena relación. En su municipio ya habían establecido algunas herramientas de e-gobierno pero lo que buscaban eran herramientas para involucrar más a la ciudadanía.

A nivel internacional, participé en el taller Inteligencia Colectiva para la Democracia, un programa de sesiones de trabajo de dos semanas. La convocatoria invitó a hackers, artistas, activistas, políticos, programadores, diseñadores, técnicos de participación y a cualesquiera otros interesados a participar en la evaluación y diseño de “nuevas herramientas que nos ayuden a caminar hacia una democracia directa y deliberativa utilizando las posibilidades que nos brindan las nuevas tecnologías en red” (MediaLab, 2016b).

El MediaLab-Prado sirve de modelo para un nuevo paradigma de institución, cuya finalidad es ser usada, y no sólo visitada como un museo o asistida para ser informado como una escuela. La construcción de conocimiento y modos de hacer requiere otros tipos de uso. En una institución más abierta se ofrecen conjuntos de herramientas para el uso y se remunera ese uso que genera valor, no necesariamente en términos económicos, sino en forma de servicios, y el aprovechamiento de prototipos generados en la actividad colectiva. Hablar de uso, en este sentido no remite a la actividad individual sino a la colaboración. Otro principio es valerse de la mediación tal como la concibe Jacques Ranciére, quien observa que entre el maestro ignorante y el aprendiz emancipado existe una tercera cosa —libro, objeto el desempeño— ajeno a ambos y a la que se refieren para verificar lo que se constata. “No es la transmisión del saber o del espíritu del artista al espectador. Es esa tercera cosa de la que ninguno es el propietario, de la que ninguno posee el sentido, que se erige entre los dos, descartando toda transmisión en lo idéntico, toda identidad de la causa y el efecto” (Rancière, 2010: 20-21).

En el MediaLab-Prado, esa función mediadora es precisamente el proceso operativo de la institución, pero no con el objetivo de crear una comunidad, al que objeta Rancière porque fortalece un sentido de lo común disciplinado por los principios normalizadores comunitarios. Por contraste, los defensores del procomún buscan inventar los procedimientos —las herramientas— que no sólo lo salvaguarden sino que lo construyan, en relación con los bienes o asuntos abordados. Más que a una comunidad, se trata de una red de actores orientada al procomún. Según Bernardo Gutiérrez (2016: 133), “la orientación al ‘bien común’ de una red —que puede ser asimétrica, que puede tener varias comunidades que interactúan, que puede tener clusters y hubs— es la clave. El cuidado de la red por los integrantes de la misma, la voluntad de preservación de la red, comprender la red como un cuerpo colectivo, como un proceso abierto, en vivo, son características de las redes orientadas al procomún“. En lugar de ser una institución que se dedica exclusivamente a difundir conocimiento experto, la nueva institución busca operar una mediación entre varios saberes orientada al descubrimiento de modos de hacer que amplíen el procomún. No desaparece la mediación; por el contrario, la nueva institución necesita mediadores, con su propia experticia, pero que van aprendiendo junto a los usuarios para orientar a los que se acerquen y quieran entrar en este proceso abierto. En términos ranciereanos, se podría decir que es una mediación que se produce entre el maestro ignorante y el aprendiz emancipado.

Elegí concluir este ensayo con el ejemplo del MediaLab-Prado no sólo porque lo conozco desde hace algunos años y admiro sus características y modus operandi, tal como los he descrito más arriba, sino porque ya forma parte de una red de laboratorios ciudadanos para la innovación ciudadana. Ya me referí al taller Inteligencia Colectiva para la Democracia, donde el MediaLab-Prado funge un papel de mediación con experiencias de participación ciudadana en varias otras ciudades alrededor del mundo. Además, El MediaLab-Prado es un agente animador de procesos de innovación ciudadana en la red de laboratorios (LABIC) de la Secretaría General Iberoamericana. Como se en el sitio web del Proyecto de Innovación Ciudadana de la SEGIB, la interacción de tecnologías digitales, sociales y ancestrales es una de las claves para la resolución de problemas sociales (Innovación Ciudadana, s/f). Pablo Pascale, director del Proyecto, enumera tres características que coinciden con las del MediaLab-Prado: colaborar, compartir conocimientos y experimentar (Pascale, 2016). Y en el informe “Abriendo instituciones a la ciudadanía”, se explica que una de las funciones clave de las herramientas elaboradas en los laboratorios es transformar instituciones anquilosadas (Innovación Ciudadana, 2017). Ya se han reunido decenas de laboratorios con estas características en Veracruz, Rio de Janeiro y Bogotá. La multiplicación de estos espacios mediadores es una oportunidad para ir transformando la institucionalidad política y social. •

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1 Si bien la mayoría de proyectos de industrias creativas en las ciudades alrededor del mundo siguen el modelo anglo-americano de valorizar barrios y proporcionar una plataforma para la clase creativa en la competencia de ciudades como destinos de inversión, también hay proyectos que buscan fortalecer la participación de toda la ciudadanía en su entorno, por ejemplo MediaLab-Prado en Madrid y la Subdirección de Prácticas Culturales de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de la Ciudad de Bogotá.

2 El MAR, museo del municipio de Rio de Janeiro, por contraste con el Museu do Amanhão, tiene fuertes relaciones con las comunidades que lo circundan y que han sido objeto de políticas de remoción, así como otras comunidades de bajos ingresos en la ciudad.

3 Un año antes de la explosión de los movimientos de indignados europeos, norteamericanos y latinoamericanos, Stéphane Hessel ya había publicado su best seller Indignez-vous! (2010), abogando por el restablecimiento del estado benefactor ante los embates del neoliberalismo y denunciando el crecimiento de la pobreza, el maltrato a los indocumentados, el sometimiento de los palestinos, el descuido del medioambiente y otras injusticias. El libro de Hessel fue una de las inspiraciones del 15M que recorrió España en 2011.

4 “131 alumnos de la Ibero responden,” publicado 14 de mayo de 2012. https://www.youtube.com/watch?v=P7XbocXsFkI

5 La fiscalía brasileña denunció al presidente Temer por corrupción, añadiéndolo a la larga fila de ministros, políticos y empresarios que ya han sido procesados (Armendáriz, 2017).

6 http://medialab-prado.es/article/interactivos09_ciencia_de_garaje_-_propuestas_seleccionadas

* George Yúdice, Profesor titular en el American Studies Program y el Departamento de Español y Portugués de New York University (NYU), y director del Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe.