Celebrar

Cada uno puede celebrar la independencia a su gusto. A mí me atrae la idea de reconstruir nuestro santoral laico, recuperar abuelitos alucinados en guerra de hombres libres, humanizar personajes, difundir rumores, contar anécdotas. Acercar el pasado para poderlo tocar.

Mucho deben tener estas historias de subversivas para que urja tanto olvidarlas, expurgarlas de los libros de texto, reconstruir independencias insípidas y lejanas, sin contenido. Una goma de borrar gigantesca atenta contra nuestra memoria.

¿Qué tan lejos se encuentra el pasado? ¿Qué tan otros somos? ¿Qué tanto han destruido las repeticiones mecánicas, los esquemas, las horribles estampitas, los miedos del poder, las imágenes de aquellos otros millares de mexicanos en guerra santa por la independencia? ¿Qué tan cerca se encuentra su necesidad de independencia de nuestra necesidad de independencia?

¿Puede entenderse la historia nacional de otra manera que como un nudo de pasiones y conflictos violentos, en los que la revolución, la revuelta popular, no necesita justificaciones, porque se justifica por sí misma y en las condiciones materiales que la producen, ante un poder que no le ofrece a la sociedad otra salida?

No se trató de una asonada, de un golpe militar, una conjura palaciega. En los orígenes, el movimiento independiente fue una terrible y cruenta guerra social, que abrió la puerta a una devastadora guerra, una revolución que duró once años.

¿Puede ser vista la historia insurgente como una vieja obra de teatro donde los comportamientos de cada cual son sujeto de explicación mediocre, donde todos tienen razón y razones, donde no hay causas ni partidos, culpables o inocentes? ¿Se puede enfriar la historia al gusto de algunos fríos historiadores sentados sobre sus frías posaderas, en frías sillas de biblioteca?

¿Puede acercarse uno a la historia sin buscar la identificación del presente en el pasado, la continuidad de las voluntades o la herencia?

Yo no puedo.

Peligroso en tiempos de insurgentes andar recordando los gritos completos, con todo y el remate de «Muera el mal gobierno». Peligroso intentar recuperar el sentido de palabras que se han ido vaciando de contenido, como patria, heroísmo. Palabras que suenan asociadas a la cursilería y a la demagogia.

Mucho mejor secarlas y olvidarlas, convertir el estudio de la independencia en castigo a escolares que tienen que memorizar cuatro pendejadas, nombres de plazas, estaciones de metro, monumentos.

Hay un homenaje que es deshomenaje, hay una memoria que es desmemoria.

Si aquellos nos dieron la patria, ¿quiénes luego nos la quitaron?

¿Quiénes pretenden hacer de Hidalgo un cura iluso, de Morelos un recalcitrante y obseso regordete, de Guerrero un terco analfabeto, de Mina un necio gachupín metido en cosas que no le importaban, de Iturbide un libertador?

Quizá sea el momento de decir: «¡Viva el cura Hidalgo y sus amigos! ¡Vivan los héroes que nos dieron patria! Sus fantasmas siguen entre nosotros.»

Quizá sea el momento de decir: «¡Viva el cura Hidalgo y sus amigos! ¡Vivan los héroes que nos dieron patria! Sus fantasmas siguen entre nosotros.» •

Paco Ignacio Taibo II: Escritor, periodista y activista sindical hispano-mexicano.