¿Cuál es esa secreta esperanza? Que alguna vez, destruidas u olvidadas las existencias originales, o las que se creen portadoras de ese título, queden las copias respetuosas y didácticas, incluso si son infieles traductoras. Y que queden como los nuevos originales. El glosador pasaría a ser entonces el núcleo iniciador de la obra, el primer eslabón de una cadena cuando sucumben, son arrasadas o caen en el olvido las que realmente eran o parecían ser las piezas originales o anticipatorias. Un olvido que puede ser incluso el del acto de su propia anulación brutal. Si hubo pues una catástrofe de olvido, el glosador puede convertir su modesto papel de archivista de la cultura en el de filósofo originario. El glosador siempre está expuesto, entonces, a ser una clase especial de usurpador. Pero un usurpador tolerado y en realidad necesario. Por eso, mientras espera que una oportuna catástrofe de la cultura lo convierta en el único testigo del recomienzo de la memoria, finge quizá su ínfima tarea de recopilador, difusor o traductor del patrimonio heredado de la cultura.
Horacio González, Retórica y locura
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