Ya no hay tele, habitamos el entretenimiento audiovisual expandido

«Hay que buscar nuevas formas de satisfacer la demanda humana de experiencias audiovisuales…

y esas nuevas formas deberían alejarse de la narración tradicional ya que esas son propia de los libros”

Peter Greenaway

 

El ecosistema audiovisual

I

Ya no hay televisión, ni cine, ni video. Habitamos el entretenimiento audiovisual. Y este está conformado por un nuevo ecosistema de pantallas que se pueden clasificar en tres: las clásicas (cine, televisión abierta y de cable, video), las de red (youtube, facebook, vine, snap chat y periscope) y las expandidas (series y videojuegos). Un nuevo mandato narrativo: lo transmedial. Un nuevo sujeto audiovisual: el televidente es el programador.

El paisaje de este ecosistema nos dice que cada especie podrá sobrevivir. La tele abierta privada será para cuando queremos relajarnos con espectáculo en directo como el fútbol, el sensacionalismo en directo de sangre, sangre, semen y escándalo, los relatos de ficción popular como las telenovelas y juegos emocionales como los concursos y realities. La televisión pública tendrá que dejar de ser tan educativa, buscar más lo cultural popular y convertirse en ciudadana. La televisión comunitaria será si convierte al territorio en su paisaje y a los ciudadanos en sus estrellas. La tele por cable, tal vez, morirá, ya no la necesitamos, poco nos interesa el mundo en la arrogancia Miami-USA, lo bueno de ella migró a las plataformas. La Televisión Digital Terrestre que nos prometió movilidad, calidad, interacción viene fracasando porque nadie entiende dónde está, ni cómo se ve. Las series son la nueva droga que se consume en plataformas (Netflix, Amazon, HBO) y viene con relatos más atrevidos, más oscuros, más sinceros con este existencialismo pop que habitamos. Youtube cada vez más se parece a la televisión abierta, controla tetas y desnudos, malas palabras y trabaja con morales conservas; triunfará si sigue por las estéticas fragmento, sucias y humorísticas, si juega con las intimidades en público (“extimidades”) y si se convierte en la pantalla de la opinión pública pop; ojalá haya muchas más webseries y webdocs. Facebook se está convirtiendo en el lugar donde todo se junta: Lo íntimo (la amistad) y lo público (información de medios). Snapachat es la televisión donde el yo se expande en su propio narciso. Las plataformas como Netflix o Amazon serán toda la televisión, el problema es que cada empresa nos “encarcela” en sí misma, por eso internet seguirá siendo más libre, diverso y plural y seguiremos resistiendo al negocio. Los video-juegos son la narrativa del siglo XXI, allí está surgiendo el entretenimiento audiovisual expandido.

II

Este ecosistema del entretenimiento audiovisual, sin embargo, sigue funcionando con las mismas reglas culturales de la comunicación de siempre: sus productos deben buscar más el re-conocimiento que proveer conocimientos, por eso el imperativo es encontrarse culturalmente con sus públicos y producir identificación; proveer emociones expandidas; se asiste para experimentar desde el afecto, lo sensible, lo pasional; enfatizar más en los modos de narrar, los formatos y las estéticas que en las razones, contenidos y éticas, ya que consumimos relatos; diseñar obras transmediales en los modos de narrar, de interactuar y gestionar; jugar desde y en la matriz del entretenimiento que tiene como criterios el pasarla bien haciendo sentir al sujeto el centro del mundo en experiencias de flujo, secuencia y conexión; recordar que, hoy más que nunca, el televidente es el programador y que hay que vincularlo, involucrarlo y comprometerlo como ciudadano expresivo.

III

  • Pasamos de la sociedad de audiencias de masas, cuando éramos meros consumidores y unos escribían, emitían y pensaban, y los demás leíamos, recibíamos y asentíamos, a la sociedad expresiva de ciudadanos, en la cual todos nos convertimos en programadores de nuestros entretenimientos, somos fans de lo que nos hace sentido y nos convertimos en contadores de historias para nuestros amigos y comunidad.

Pero, habitamos una mutación tecno-comunicacional. Y esta mutación se puede mapear en cuatro tendencias:

  • Pasamos de la civilización escritural (letrada, ilustrada, moderna y moral) a la civilización oral-visual (conectiva, secuencial y fluida), ya no hay que saber escribir como antes hay nuevas formas de contar por las redes y en imágenes que comunican desde las oralidades que habitamos.
  • Pasamos de la sociedad de audiencias de masas, cuando éramos meros consumidores y unos escribían, emitían y pensaban, y los demás leíamos, recibíamos y asentíamos, a la sociedad expresiva de ciudadanos, en la cual todos nos convertimos en programadores de nuestros entretenimientos, somos fans de lo que nos hace sentido y nos convertimos en contadores de historias para nuestros amigos y comunidad.
  • Pasamos de la creación de autor, del genio, del sabio, del experto a la creación en redes, de manera colaborativa y en secuencia-link con sentidos abiertos y la promoción de diálogo de saberes porque lo que sabemos lo sabemos entre todos.
  • Pasamos de la narrativa análoga, lineal y moderna a la narración bastarda que se hace de la fusión y el remix de tiempos, estructuras y formatos, con lo cual el enunciador se convierte en hacker (que destruye desde dentro de la máquina del entretenimiento para crear algo distinto) o en dj de sentidos, interacciones y creaciones (mezcla para poner ritmos a los modos de vivir de una comunidad).

IV

Y surgen nuevas prácticas de comunicación o enunciación del mensaje. En este entretenimiento audiovisual expandido que surge del estallido de pantallas y la convergencia de tecnologías aparecen nuevos modos de creación y producción:

  • La transmedia o como narrar en complementariedad de pantallas, generar diversidad de formas de interacción acordes a cada pantalla y producir negocio diversificado por cada pantalla.
  • Narración en redes, de flujo y en links que provee diversidad de secuencias para el relato haciendo realidad la hipertextualidad.
  • Lo colaborativo que va desde el crowdsourcing (todos son fuentes para la construcción del mensaje) pasando por el crowdfouding (entre todos financiamos la producción) hasta lo colaborativo (todos participamos de la narración y enunciación del mensaje).
  • La interactividad que convierte a cada ciudadano en programador de sus entretenimientos y en productor de sus mensajes; ya no es audiencia, ahora es parte de la producción.

Y para estas nuevas prácticas se requiere y exige un nuevo comunicador que mezcle el diseño con la programación digital, la comunicación con la música, el saber narrar con el escuchar a los ciudadanos, el arte con la antropología, la literatura con las tecnologías… un profesional anfibio que puede respirar y

El ecosistema del consumo

I

Dicen que el consumo nos dice quiénes somos, o por lo menos qué nos gusta, desde dónde comprendemos la realidad y en qué nos convertimos como sujetos y comunidad. Si consumimos solo comida chatarra, nos morimos pronto; si tomamos solo gaseosas, seremos obesos; si compramos por marcas, nos volvemos ascendentes sociales; si oímos solo “reggaetón”, nuestro lenguaje y cuerpo perderán ritmo y valor… y así, somos lo que consumimos. La verdad es que no somos los propietarios de nuestros consumos, sino que nuestros consumos se adueñan de nosotros.

Los seres llamados humanos éramos definidos como “hommus sapiens” y hemos devenido “¡hommus consumus!” o sujetos producidos por el consumo. Carolina Forero investigadora colombiana de tendencias explica que “en el consumo se puede encontrar las revelaciones de nuestro tiempo” y que “el consumo es la práctica humana por excelencia”; por su parte, Lucas Bake, investigador de tecnologías, afirma que “puede tener diferentes valores pero es lo que nos homogeniza como seres humanos alrededor del mundo”; el consumo es, entonces, esos modos como nos viene produciendo en el mercado.

Somos lo que la big data quiere hacer de nosotros porque ya no consumimos libremente. Google, Facebook, Amazon, Uber, Netflix, Airbnb, las empresas, los gobiernos y los poderosos ya saben más de nosotros que nosotros mismos. Ellos ya saben qué nos gusta, qué nos hace felices, con qué soñamos, cómo deseamos y, con esa información, nos programan. Nos sugieren que como vimos, compramos, disfrutamos esto, nos puede interesar otros algos similares. Y nosotros, felices, aceptamos esas sugerencias y nos convertimos en lo que ellos quieren que seamos: sujetos que creen que somos eso que ellos nos dicen. Y, lo mejor, nos venden la idea que somos nosotros quienes, autónoma y libremente, decidimos que eso somos. Nos producen, y somos felices, ya hay alguien, el dios del mercado, que decide por nosotros.

II

El consumo sirve para pensar, dijo el maestro Néstor García-Canclini (De consumidores y ciudadanos). Y sí. Nuestros consumos dicen todo de nosotros: qué nos distingue, dónde queremos estar, cuáles son nuestras pertenencias deseadas, qué queremos ser, cuál el estilo de vida que soñamos. El consumo es un crear, un hacer y un significar. Y este crear-hacer se constituye en rituales antropológicos (consumir en internet, en redes, aplicaciones, en plataformas; consumir en centros comerciales; consumir marcas); prácticas sociológicas del estar juntos (la seguridad del centro comercial, la facilidad del internet; la fragilidad de la calle, la plaza de mercado y el contacto real entre humanos); experiencias de comunicación que nos permiten crear un estilo de vida propio; acciones subjetivas de definición del sí. Otro autor a imitar Arjun Appadurai (La vida social de las cosas) escribe que el consumo en el mundo contemporáneo es “parte del proceso civilizatorio capitalista” y, por lo tanto, “una forma de trabajo y obligación”, y que aunque trabajo y obligación “de todos modos, donde hay consumo hay placer, y donde hay placer hay agencia” y que “la libertad, por otro lado, es una mercancía bastante más escurridiza e inalcanzable”. He aquí otras vertientes del saber del consumo: nos civiliza, más si usamos tarjetas de crédito, mucho mejor si lo hacemos por internet, así quien no tiene tarjeta de crédito ni compra por internet es un in-civilizado, casi un salvaje del capitalismo; nos da placer, y este es el mayor valor del capitalismo: el placer. Y ya que no podemos alcanzar la libertad, por lo menos, seamos felices consumiendo.

Pensar el consumo es, entonces, un acto de distinción del ser humano, un modo de producir su subjetividad, una táctica segura de habitar la vida, una obligación capitalista, un ejercicio obligatorio de la libertad, un modo de placer, una manera de producción de agencia, una estrategia para cambiar necesariamente juntos. El consumo es, en simultáneo, un modo de comprender los modos de estar/ser en las sociedades del mercado, una mirada hacia lo que la gente hace/ritualiza/comunica para distinguirse y una experiencia para descifrar cómo venimos siendo como sociedad.

“El consumo es, en simultáneo, un modo de comprender los modos de estar/ser en las sociedades del mercado, una mirada hacia lo que la gente hace/ritualiza/comunica para distinguirse y una experiencia para descifrar cómo venimos siendo como sociedad.”

III

Si queremos saber qué somos y en qué nos hemos convertido debemos ir al consumo. Y ahí hay dos ámbitos fundamentales: uno el gusto, ese intangible estético que nos hace pertenecer a una comunidad colectiva, y otro, los valores, esos criterios que nos definen como colectivos. Y el gusto y los valores se producen a través de las culturas del entretenimiento. Fredéric Martel nos in-forma que habitamos una cultura “mainstream” mundializada, o sea, una de la cual todos los humanos somos hijos o súbditos. Y esta cultura es made in USA. Y evangeliza a través del cine, la televisión, la música pop, las redes, los parques temáticos, los bestsellers, los espectáculos. Este es el softpower con el que los Estados Unidos domina el mundo. Nos vende “su gusto” que se caracteriza por los criterios de lo cool (lo “maass”, lo genial), lo hip (lo más en onda) que se hace buzz (lo que más emociona y suena), un gusto para nueva cultura que habitamos mundialmente: la coolture.

La otra conquista es de los valores cuyo mejor evangelista es Hollywood que nos dice que son la protección de la familia como núcleo fundante de la sociedad y unidad básica de referencia moral; el control de la sexualidad que establece una moral sobre los cuerpos; la religión como clave de la creencia en un poder espiritual llamado dios, guía espiritual y productora de miedos públicos; el uso de la violencia para la defensa de lo nacional y el descontrol ciudadano; la fantasía para soñar con un futuro. El éxito de la coolture es usar estos valores porque tienen performance universal y transversal a todas las culturas. A su vez son los valores de la derecha y el conservadurismo social. Y estos valores son los que viajan en la circulación del entretenimiento norteamericano. Esto significa una USAficación del mundo en el consumo cultural.

Este fenómeno pasa porque la cultura mutó de las artes y de la identidad a lo entretenido y el espectáculo, del canon de referencia creado por los intelectuales al criterio de lo masivo y divertido diseñado por “esteticistas” de tendencias. En este contexto, el intelectual ya no tiene legitimidad como “autoridad cognitiva” para la realidad, dejó de ser el que definía qué “valía la pena”, “qué era lo auténtico”, “qué lo legítimo”, “qué el buen gusto”. Ahora, los “influencers”, que son quienes guían la manada en la redes (antes, en la época de los medios, los llamábamos “líderes de opinión”) son editores de goces para el vínculo social en criterios de lo cool y lo pop. En este contexto nace la coolture que construye un campo confortable de tendencias sin disenso sino con trending topics, clics y likes. Un estilo de vida en el que el criterio máximo de verdad es lo entretenido. El surgimiento de la coolture ha hecho variar por completo la significación social consumo.

IV

Más que qué consumimos, importa qué hacemos con el consumo. Lo que consumimos lo sabe el mercado, y lo peor, es que también sabe para qué nos sirve, qué significa, qué rituales pone en escena, qué sujetos produce, qué agencia establece, qué dice del nosotros. Políticamente debemos lucharle el consumo al mercado, escrachar y ensuciar a las marcas y hackear sus saberes desde y en el consumo.

Hacia el consumo crítico del entretenimiento audiovisual

Como parece imposible hacer algo radical, debemos intentar tácticas efímeras para intentar escrachar y molestar al sistema; pero deben ser acciones móviles y fluidas, ya que cada vez que tengamos éxito, inmediatamente el mercado las naturaliza. Las causas del medio ambiente, de #NiUnaMenos, de derechos humanos, las nuevas sexualidades, el calentamiento global, la diversidad de identidades… escrachan al sistema, pero inmediatamente son adoptadas por las marcas, los poderes y el consumo, y para hacerlo las lightfican y le quitan la densidad política.

Nos dicen que en el nuevo ecosistema de pantallas y redes somos más libres y podemos molestar más al poder y que los jóvenes de este tiempo son practicantes del consumo crítico. Pero el realismo brutal nos regresa a la conciencia de que el big data del mercado construye una hegemonía sobre qué es, cómo se hace y qué significa el consumo. Tanto, que nos venden el consumir como un modo de criticar a la sociedad del consumo. El mercado es tan móvil, fluido y sabio que valores como los de las vanguardias artísticas del siglo XX y la contracultura hippie de los 60 del siglo pasado, que invocaban la crítica a la sociedad de masas, la denuncia del consumismo como manipulación de los deseos y la refundación de la democracia ante el fracaso de la política… fueron adoptados como parte de los valores del consumo, obviamente des-dramatizados y vaciados de sentido.

Como parece imposible hacer algo radical, debemos intentar tácticas efímeras para intentar escrachar y molestar al sistema; pero deben ser acciones móviles y fluidas, ya que cada vez que tengamos éxito, inmediatamente el mercado las naturaliza. Las causas del medio ambiente, de #NiUnaMenos, de derechos humanos, las nuevas sexualidades, el calentamiento global, la diversidad de identidades… escrachan al sistema, pero inmediatamente son adoptadas por las marcas, los poderes y el consumo, y para hacerlo las lightfican y le quitan la densidad política.

Centrados en el consumo del entretenimiento audiovisual expandido, ¿cuáles serían algunas tácticas de crítica cultural a la hegemonía política de la coolture? He aquí algunas:

  • Las ciudadanías celebrities. Ser ciudadano es ganar poder en la vida cotidiana, y estar en las pantallas es una manera de ganar poder. Por eso, hay que crear nuestra propia coolture, o sea que los ciudadanos sean las estrellas de nuestras pantallas porque la comunicación debe ser, también, para mejorar autoestima y auto-concepto en sí mismo y en la comunidad. Escrachemos las culturas del espectáculo ensuciando las pantallas con nuestros propios rostros porque los feos, pobres y ninguneados también tenemos derecho y deseo de pantalla y porque hay que perderle el miedo a ser como uno es. Otra manera de crítica audiovisual es metiendo más gente como uno en pantalla.
  • Convertirnos en productores de la enunciación. Que pasemos de ser sujetos que consumen a sujetos que producen sus obras audiovisuales. Pero es clave que lo hagamos desde y donde podemos, con nuestras estéticas, saberes y narrativas; que nos localicemos en el territorio y comuniquemos para el territorio, ya que lo local es la alternativa a lo global y cada pantalla debe parecerse a la cultura. Y si producimos tenemos menos tiempo para consumir y cuando asistamos a los medios seremos más críticos porque ya sabemos cómo hacerlo mejor.
  • Las ciudadanías celebrities. Ser ciudadano es ganar poder en la vida cotidiana, y estar en las pantallas es una manera de ganar poder. Por eso, hay que crear nuestra propia coolture, o sea que los ciudadanos sean las estrellas de nuestras pantallas porque la comunicación debe ser, también, para mejorar autoestima y auto-concepto en sí mismo y en la comunidad. Escrachemos las culturas del espectáculo ensuciando las pantallas con nuestros propios rostros porque los feos, pobres y ninguneados también tenemos derecho y deseo de pantalla y porque hay que perderle el miedo a ser como uno es. Otra manera de crítica audiovisual es metiendo más gente como uno en pantalla.
  • La enunciación bastarda. Abandonar el ideal ilustrado o de izquierda audiovisual que se empecina en formar y hacer “contenidos” alternativos pero no estéticas y narrativas otras… para pasar a narrar desde los saberes, gustos y prácticas de la gente. O sea, que las comunidades mismas enuncien en su gusto, que puede ser de la hegemonía audiovisual, pero es el que conocen. Esto significa que los ciudadanos hagan la comunicación “imitando, robando, hackeando” al sistema, o sea que tomen de muchas fuentes o padres de referencia estética y narrativa pero hagan enunciación en y desde la madre cultural, desde sus estéticas, deseos y necesidades; o sea, desde y en lo propio. Un modo de crítica cultural será poner todo desde y en la enunciación local: la producción, el análisis y el asistir a los medios y pantallas.
  • La lucha por las percepciones y las emociones. La comunicación trabaja con las lógicas de reconocimiento y lo emocional, por lo tanto, se debe partir de las emociones de las comunidades ante los asuntos y trabajar sobre ellas; por ejemplo, si la gente piensa que los derechos humanos son una lucha fundamental del pueblo, la derecha luchará por mover de esa emoción hacia la idea de eso es atraso y pasado y el progresismo debería reafirmar esa emoción; si la gente cree que hay una ideología de género que atenta contra el modelo de familia, la derecha afirmará ese sentimiento, mientras el progresismo buscará emocionar en que la familia no se toca, se amplía. Criticar la hegemonía de la coolture audiovisual significa proponer en la producción y el análisis otras emociones. Hasta el momento se ha intentado erradicar las emociones de la coolture con educación, propaganda y matoneo, y la gente no quiere ser educada en los entretenimientos, quiere ser comprendida, entonces, la opción que tenemos es expandir las emociones pero en los formatos y géneros que la gente considere de ellos. Esto significa, no desconfiar de lo popular… y pensar que podemos emocionarnos de muchas más maneras.
  • Lo audiovisual es una experiencia. Lo audiovisual no lo es todo, es una cultura de paso, una experiencia, unas temporalidades de la gente. Por eso hay que entender qué papel cumple la televisión, el cine, las redes, los videojuegos en la vida de la gente. Si comprendemos la experiencia del audiovisual en la gente, sabremos cómo estallar o ampliar o diversificar o criticar esa experiencia.
  • El diálogo de saberes. Ser crítico se da cuando nos tomamos en serio el hacer prácticas y discursos colaborativos, el crear comunidades de sentido, el usar las redes para conectarnos y ser amigos. Ser crítico está en establecer el diálogo de saberes para la creación en redes, de manera colaborativa y en secuencia-link para que lo que sabemos lo sepamos entre todos.
  • Pensamiento crítico que propicie una reflexión ética y política. El consumo del audiovisual se hace crítico cuando parte por el caos, con la gente y en discrepancia… o como dice Arturo Escobar, desde abajo, por la izquierda y con la tierra… cuando entendemos que el asunto es más de procesos que de productos o ideologías higiénicas… que la vida de la gente es más un laboratorio de improvisación y equivocación que conceptos e ideologías. El pensamiento crítico se pregunta por cómo los nuevos sujetos, las nuevas sensibilidades y las nuevas sexualidades son agenda, representados y visibilizados, pero sobre todo, cómo son sus estéticas, sentires y narrativas ninguneadas. Ser crítico es fomentar el diálogo intercultural expandido.
  • La soberanía audiovisual. Convertir a la democratización de las pantallas en una agenda de lucha pero no solo por tener medios propios, sino financiamientos asegurados, modos de enunciar propias y acceso subsidiado a la conectividad de internet y redes, y que todo sea de uso libre y púbico (software libre, creative commons y demás luchas contra la propiedad del internet). Ganar soberanía audiovisual significa que cada ciudadano y comunidad pueda existir y que luche por la enunciación del mensaje en la sociedad de las redes y la comunicación.
  • Activistas digitales por bronca y diversión. Los jóvenes en la redes andan en webeo y en la indignación porque quieren reír y politizar en simultáneo. Y se puede ser crítico webeando, riendo e indignándose. Y ser político en las redes significa escrachar desde el humor y el webeo a los medios, a las marcas, a los poderes, a los políticos, a los gobernantes, a los autoritarios… a todos les duele el humor y la farándula, luego hay que pegarles en su corazón coolture. Desde el saber simbólico–pop-digital que tienen los jóvenes hay que hackear a los medios e indignarnos contra los poderosos.

Y para todo esto debemos intentar experiencias más de territorio y menos de capital. Pero sobre todo: mas en ciudadanía, en otro modelo del desarrollo: pasar del vivir bien capitalista (con énfasis en el capital) al buen vivir de las culturas ancestrales (con prioridad en las relaciones humanas y con la naturaleza), pasar del fast food a la comida lenta, del entretenimiento al aburrimiento.

Para intervenir, molestar y romper el monoteísmo del consumo debemos inventar rituales, narrativas y experiencias que tensionen desde y en el territorio los sentidos de ese gusto, esos valores y esa preeminencia del capital sobre la vida. •

Pero, hay que evitar los esencialismos, uno el de lo políticamente correcto porque no reconoce que nuestras sociedades no son “correctas”, sino que habitamos conflictivas y bastardas maneras de machismo, homofobia, clasismo, racismo y conservadurismo; tenemos que asumir estas contradicciones, ponerlas en evidencia y buscar modos de transformarlas desde y en prácticas de vida. Por ahora, el discurso de lo correcto se ha ganado pero hemos perdido el de las prácticas.

Hay que evitar la superioridad intelectual de los estudios culturales, coloniales, poscoloniales y decoloniales que descubren las aberraciones impuestas por la sociedad del consumo e invitan a quedarnos estáticos en lo otro, cuando hay que comprender que el virus del consumo, también, habita a los sectores subalternos, ya que ellos, también, quieren aspirar a la modernidad, esa que nosotros ya hemos obtenido en el consumo; por ejemplo, la comida orgánica, el comer de la tierra propia, eso nos parece muy cool y “bien pensante” a los que ya habitamos los mundos de la comida basura, pero para una comunidad rural o ancestral es un deseo de poder probar y degustar esa modernidad. Hay que “ancestralizar” a la modernidad.

Hay que diluir ese autoritarismo revolucionario de los fanáticos del internet y las redes que cree que ya no somos consumidores sino prosumidores porque en internet mandamos una opinión, o compartimos un link, o decimos nuestra voz. De nada sirve ser tan activo en internet, si no hay quien escuche y actué.

Para intervenir, molestar y romper el monoteísmo del consumo debemos inventar rituales, narrativas y experiencias que tensionen desde y en el territorio los sentidos de ese gusto, esos valores y esa preeminencia del capital sobre la vida. •

Textos referidos

Appadurai, Arjun, 1991, La vida social de las cosas, México, Grijalbo.

Escobar, Arturo, 2016, “Desde abajo, por la izquierda y con la tierra”, El País, 17 de enero, blog contrapuntos.

García Canclini, Néstor, 1995, De consumidores y ciudadanos, México, Grijalbo.

Martel, Fréderic, 2011, Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas, Madrid, Taurus.

Rincón, Omar y Martín-Barbero, Jesús, 2014, Manifiestos incómodos, desobedientes, mutantes, Bogotá, FEScomunicación

* Omar Rincón, profesor Asociado, Universidad de los Andes, Colombia.