De usos culturales

Desde su etimología la palabra “Cultura” enuncia un trabajo manual, no espiritual: el cultivo, la labranza o el seguimiento del crecer natural. De ahí seguramente la adscripción metafórica inmemorial: “el crecimiento de la cultura y el provecho de las mentes”(Moro); “la cultura como abono del pensamiento” (Bacon); “el cultivo de las cabezas” (Hobbes), etc. Como sustantivo
independiente —dice Raymond Williams— no es “significativo” hasta fines del siglo XVIII o mediados del XIX, en la mayoría de los idiomas —y no de casualidad—, en conjunción con la revalorización del concepto de “civilización”. Muchas veces ambas son intercambiables, aunque la idea de “abono” de lo humano no necesariamente se abandona y sirve como instancia crítica de la subyugación y dominación: “Hombres de todas las regiones del globo que habéis perecido a lo largo de las épocas, no habéis vivido exclusivamente para abonar la tierra con vuestras cenizas, con el objeto de que al final de los tiempos la cultura europea derramara la felicidad sobre vuestra descendencia. La idea misma de una superioridad de la cultura europea es un flagrante insulto a la majestad de la Naturaleza” (Herder). Hay toda una cultura del propio transcurrir del término: inflexión naturaleza-cultura (Lévi-Strauss); diversidad e identificación (Homi Bhabha); medio de negociación de las relaciones sociales (Jameson); vehículo de los sistemas de dominación (Bourdieu); semiología de lo cotidiano (Barthes); diseño reticular del poder (Foucault)… Toda una genealogía interminable que no por interesante debe dejar de rescatar la crítica a los estereotipos del díptico más eurocéntrico: Ariel-Calibán (Fernández-Retamar), o sea la cultura como forma de liberación (Martí) o campo de lucha (Rama).

Es difícil definir algo a lo que nada de lo humano le es ajeno. La cultura afirma nuestra humanidad y puja por replicar lo perecedero, a pesar de su condición proteica. Como todo, ella no ha dejado de complejizarse y sus fronteras
tan claras en los orígenes se han vuelto difusas.

Las preguntas se reproducen con la sola mención del término: ¿Qué se espera de la cultura? ¿Qué diferencia a la cultura material de la espiritual o simbólica? ¿Cultivarse no es un recurso para someter al “otro”? ¿Qué cultura: del entretenimiento, de la industria, de la técnica? ¿Cuánta cultura, cuánto consumo? ¿Nike es la cultura hoy? ¿Formado o informado? ¿Derecho a la cultura? Este número de Orillera busca navegar en un inmenso mar, con la colaboración de pensadores locales e internacionales, intentando no naufragar para el espectador y a sabiendas de que el mismo puede llegar a ser una legítima consecuencia
de la navegación. Ahí vamos con nuestros lastres, guiándonos por los astros, por viejas brújulas y por sofisticados instrumentos contemporáneos.