Tango y Estado

El tango es una creación moderna. Requiere parte de lo mismo que requiere la modernidad para otras prácticas: circulación, deseo, intimidad pública; una erótica, una moral urbana. Y Estado. Hay tango cuando hay Estado. En su nacimiento, en sus transformaciones, en los peligros —repetidos— de morir para siempre. El extravío del Estado es también el extravío del tango, y su recuperación, la misma para unos y otros.

En plena gestación del Estado-nación moderno, en la década de 1880, rodeado de prostíbulos, nace el tango. En 1916, con Yrigoyen en el poder y la gente en la calle, encuentra su forma popular y su modo más querido, el de ser canción y cantarse y repetirse en cada casa. Después fue la década de oro, la mejor, la de las orquestas como fuego y el cabaret cómplice; en esa década del cuarenta, cuando al oro del Banco Central se lo “llevaban” al unísono el peronismo y el tango, el pueblo necesitado y el tango, los niños y el tango, los viejos, los mozos, los obreros, las mujeres pobres; en ese estado de cosas, el Estado peronista escribe estado en mayúsculas; y también al tango, todo junto. Por último, ahora, después de la devastación menemista, después de 2001, otra vez a la calle, el abrazo cerrado, unos pibes que quieren tocar y tocan tango. Ellas y ellos, hijos de la democracia, en un suelo que volvía a ser fértil a partir de 2003, un Estado fértil para el tango de ahora y para la vida de todos los días.

La tráquea del tango es la política: por ahí va el aire, por ahí respira para mantenerse en pie. Política no son los partidos, ni los figurones de saco y corbata en el Parlamento. Política es lo que sucede, aquello que hilvana poder a la historia; son vínculos que tensan, que demandan la vida de otro modo, que reúnen o separan. La pregunta que se hacía Barthes en su último invierno de clases: ¿cómo vivir juntos? El tango ofrece una respuesta, a compás de la respuesta que ofrece la historia. No siempre la misma, no siempre previsible, pero sí conjugada con el devenir político y social. Primero el erotismo de los cuerpos, el encuentro de cuerpos diferentes reunidos en un abrazo. Después la palabra, decir una verdad y una moral, delimitar qué sí y qué no; es el tango canción, el que se canta y el que dice lo que es. Hasta mediados de los años 50 cuando el peronismo y el tango se van juntos, Perón al exilio y el tango canción en dirección a su propia edad media. Pero Piazzolla lo ata a la silla y lo mantiene, complejo, sin abrazos ni rezos compartidos, lo mantiene bien arriba, más arriba que nunca. Por último, el Estado nuevamente de pie (a pesar de la locura neoliberal que insiste siempre), la fertilidad del suelo, y el tango que vuelve, cuando comienza el siglo XXI. Cuatro momentos, que son cuatro formas de ver el tango y cuatro modos de hablar sobre él. El Estado, el mismo, entre políticas de integración y otras de destrucción masiva.

Abrázame

Ponciano Vivanco fue presidente del Consejo Nacional de Educación desde 1902 hasta 1908, año en que lo reemplaza José María Ramos Mejía. En esos años el tango, aunque no legitimado de un modo pleno, circulaba por Buenos Aires sin inconvenientes. Vivanco inauguró cerca de dos mil escuelas y es el creador de las bibliotecas populares. En 1908, en una entrevista con el presidente de la Nación, Dr. Figueroa Alcorta, tienen un entredicho. ¿La razón? Dice la revista Caras y Caretas:

Parece que el verdadero origen del entredicho fue que el doctor Vivanco entró en la sala presidencial tarareando un tango de corte populachero, música que desagrada en sumo grado al doctor Figueroa Alcorta, aficionado a la ópera lírica, si bien es cierto que también le agradan las operetas cómicas. Después de una discusión algo dramática entre los dos presidentes, siempre alrededor de músicas, el doctor Figueroa Alcorta señaló al visitante la puerta, haciendo un gesto adusto y ademán grave.1

Vivanco renunció. ¿Para tanto? ¿Por qué el tango, una música más, aunque considerada lúbrica, es razón para semejante enojo? ¿Por qué las autoridades políticas y policiales, o los escritores y publicistas, describen y aborrecen del tango?

En 1884 se publica La gran aldea de Lucio V. López. En el Club del progreso, aún de la alta oligarquía, se baila el vals. López describe la fricción de los cuerpos así:

Una bata de terciopelo fuego encerraba apenas el misterio de su pecho, dejando adivinar las líneas audaces de sus senos altos y erguidos

—¡Qué espléndido vals!— me dijo. Bailemos, yo no resisto.

Blanca reclinó su mejilla sobre mi hombro, el muelle contacto de sus senos estremeció mi pecho, toméle la mano con fuerza y rodeando su talle flexible y admirable, la danza lasciva nos arrebató en su torbellino […]; de vez en cuando, los vaivenes ondulantes del vals en que los cuerpos se deslizan con la música, nos unían involuntariamente, y yo sentía ese estremecimiento inexplicable que produce la lucha de la timidez con la audacia, cuando el cuerpo de una mujer joven y linda toca y calcina esta miserable arcilla humana de que están hechos todos los seres desde Satanás hasta San Antonio.2

Demasiado calor: el vals reúne la sumisión porteña a la cultura parisina y el ardor de los cuerpos en el baile. La lascivia se hace pública en los salones de gente bien y en la literatura. Se escribe y se ve el erotismo, se habla y se lo practica. El baile figurado, de tan figurado, de tan cortesano con manos que ni siquiera se rozan, hace de la aparición del vals en Buenos Aires un cierto alboroto moral. El tango multiplica el ardor y los pechos: es todo el cuerpo el que hace contacto, los brazos, el pecho, la pelvis, las piernas; el aliento cerca y la boca de ella muy cerca del cuello de él. Caminar y caminar, las piernas que tejen historias, que avanzan y se mezclan y se tocan. Y el ocho de la mujer que es una forma de decir que no, mientras él intenta colocar su pierna entre las piernas de ella para poder abrirlas

El acontecimiento tango es el baile. No la música ni la letra, el baile. La procacidad y la lascivia que tiene en sus comienzos es la razón para la irritación moral de muchos. Figueroa Alcorta es uno de ellos. Lugones, Gálvez, Carlos Ibarguren, el embajador Enrique Larreta también se irritan. Los diarios hablan mal del tango, lo sitúan en el escándalo nocturno, en las borracheras y en las peleas. Y es razón de preocupación para los padres de la oligarquía. Porque sus hijos, niños bien de polainas y cocó a piacere, transitan por los prostíbulos del centro y por los piringundines de La Boca para bailar. El tango no es sólo una danza sino un mundo: compadritos, mujeres de la vida, madamas y rufianes, músicos a un peso la hora, el tránsito del centro al arrabal y vuelta al centro. El mapa de los prostíbulos en 1900 es el mapa del tango, de los recorridos cotidianos. El prostíbulo es sexo, sí, pero también un espacio de encuentro social entre hombres. Es en ese ámbito donde el tango se hace visible. ¿Está en otros lados? Sí. Pero es en el prostíbulo donde se ve. Prostíbulos en el centro financiero de la Argentina, con paredes acolchadas; prostíbulos en los arrabales, al lado del riachuelo. Miles. La sexualidad se impone como parte constitutiva del deseo personal: se habla de sexo, se escribe sobre sexo en los diarios, en los ensayos, en el sainete o en el tango. La preocupación de los sectores altos por el tango es la preocupación por la administración del sexo por parte del Estado. La discusión con la Iglesia, la expulsión del nuncio apostólico, la sanción de la Ley de Registro Civil y la prohibición de la enseñanza obligatoria en las escuelas públicas son parte de este asunto. No moraliza la iglesia, moraliza el Estado.

La escuela

La procacidad de los comienzos muta a una moral poderosa. El tango canción es otro de aquel de los prostíbulos. La belleza y complejidad de sus letras, la inconmensurable belleza de su música, propone una vida sublime y elevada a vidas que, en su gran mayoría, son pobres.

La Ley 1420 de Educación Primaria Obligatoria, sancionada en 1884, hace que todos los niños deban ir a la escuela. Todos. Italianos, gallegos, franceses, criollos, hijos de inmigrantes o hijos de oligarcas. Todos. Uniforme patriótico y veredicto moral, de eso va la enseñanza. De volver homogéneo lo que era heterogéneo. O sea, gobernar, intervenir sobre la población para organizar la dirección del deseo. De eso se trata la política en el Estado moderno, de homologar lo que es igual para conducirlo.

Entre 1870 y 1914 llegan seis millones de inmigrantes, cuatro millones se quedan. En Argentina había dos millones; en muy poco tiempo, en apenas treinta años, seis millones. Se multiplica la población y se multiplican los problemas: de vivienda, de salubridad, de trabajo. Los inmigrantes se instalan donde pueden, muchos en conventillos del sur de la ciudad (en el norte, que es Florida y Córdoba, viven los que tienen dinero). El 70% de los inmigrantes son italianos de toda Italia y de todos los dialectos. Italianos pobres, muchos analfabetos, de vida rural. Gesticulan y hablan fuerte; la oligarquía los detesta, porque ven una amenaza de embrutecimiento de las nuevas generaciones. Escriben barbaridades contra los italianos; no esperaban semejante barbarie. Imaginaban anglosajones y llegaron latinos de poca cultura.

En el conventillo, el patio es el ágora de los inmigrantes. Se juntan, se mezclan, hablan distintos idiomas. La preocupación de los gobernantes insiste: cómo componer una identidad colectiva.

Tres leyes: de Educación Universal y Obligatoria (1884); de Servicio Militar Obligatorio (1902); de Voto Libre y Obligatorio (1912). O sea: la misma moral y el mismo idioma; la defensa de la patria; y la organización política a través del sistema de partidos. Ni anarquismo, ni sindicalismo, ni socialismo, ni comunismo: nada de movimientos revolucionarios, sólo partidos.

¿Por qué los hijos de los inmigrantes son tan argentinos? Porque van a la escuela. Quienes componen las letras de los tangos, todos ellos, pasaron por las aulas de la ley 1420. Desde los 6 años hasta los 14. A los 20 años, casi todos, al servicio militar. Y desde los 22 años, luego de casi una década de adiestramientos moral y nacional, la posibilidad de elegir quién gobierna. Entonces, el contenido moral de las letras del tango canción es relativo a la moral que se enseñaba en las aulas. No la copia de esos contenidos, sino la condición de posibilidad, el aroma sensible de esa moral.

Pascual Contursi, el autor de Mi noche triste, fue el hijo de un inmigrante italiano. Y fue a la escuela. Escribió la letra de este tango en 1916, sobre la música de una composición de Samuel Castriota llamada Lita. Contursi inventa el tango canción el mismo año en que Yrigoyen gana las elecciones presidenciales. Una voz para cantar y la misma voz para decir. El tango se vuelve popular cuando se lo canta, porque es allí, en los versos, donde la moral edifica una identidad de clase: qué sí y qué no, a quién amar y de quién cuidarse, dónde ir y cuándo volver. La trama afectiva es condición para la fortaleza del pueblo y también para su resguardo. Lo mismo para el sainete y lo mismo para el cine nacional: el pueblo, que desengancha los caballos y lleva con sus propias manos a Yrigoyen a la casa de gobierno; ese mismo pueblo, se lleva a sí mismo cuando se reconoce en su propio hacer.

La procacidad de los comienzos muta a una moral poderosa. El tango canción es otro de aquel de los prostíbulos. La belleza y complejidad de sus letras, la inconmensurable belleza de su música, propone una vida sublime y elevada a vidas que, en su gran mayoría, son pobres. Por eso el champán, por eso el esmoquin, por eso la risa plena de Gardel. No como una ilusión sino como una aristocracia popular que inventó, escribió y bailó el tango.

Después

Las grandes orquestas, el carnaval, Manzi, Discépolo, Troilo, Amadori, Sur, el cine de Romero y el de Sófici. Hasta 1955: cae Perón y también el tango. En poco tiempo no queda casi nada. Los poetas están, los músicos están, las orquestas podrían seguir. Y no siguen. ¿Por qué? ¿Si están los poetas, por qué no hay más poesía? Porque hay otro mundo, no de barrio y esquina, sino de neón y pisos altos. De Banco Mundial y FMI. La fusiladora fusila: tira bombas sobre la gente en la plaza, mata a Valle y a los otros como Valle en un basural, hablan de desperonizar que es lo mismo que negar, prohibir, encerrar, acallar, matar de otro modo. La vida redonda se vuelve lineal. Si el abrazo del tango, desde sus comienzos hasta el período de oro en los 40, fue un hecho político, a partir de 1955 el hecho político es el rencor.

El tango canción va muriendo de inanición afectiva. Piazzolla presenta su Octeto, rabioso, irascible, con batería y guitarra eléctrica. Ni bailar ni cantar, escribe en su decálogo. Escuchar en silencio, sin trama colectiva. La vida de a uno.

El laboratorio es el ámbito de visibilidad de esos años: el INTI, el INTA, el CONICET, el Instituto Di Tella, todo entre 1955 y 1960. Reunir Stravinsky, la bossa nova, Béla Bartók, Gobbi, Miguel Caló: eso de la música de Piazzolla, un gesto de tensionar hacia adentro del tango. De romper los límites y habilitar su sobrevivencia, en momentos en que parecía morir. El laboratorio Piazzolla le salva la vida al tango (dicho por el mismo Piazzolla). Va a contrapelo del tango de los 40; su presencia es de una incomodidad inusitada. Aún hoy hay quienes lo odian y lo acusan de haber matado al tango.

Mientras, lo que quedaba de aquella época dorada, se transforma en una plañidera insoportable. El tango clásico ingresa en su edad más oscura, más dogmática. Su propia edad media. Hasta los años 90, cuando el suelo vuelve a regarse porque la globalización expuso la necesidad de lo propio. Lo único distinto a una vida donde todo es igual es aquello que tiene raíz profunda.

Otros nombres y otros gestos: Cardei, La Chicana, Lidia Borda, la Fernández Fierro, El Arranque, la FM Tango, otra vez a bailar, Saura, el Sunderland de Villa Urquiza. El río kirchnerista desbordó sobre el río de este tango nuevo. Más poetas, más canciones, recuperación de lo viejo y nuevos sonidos y nuevas composiciones.

El tango se afirma cuando el Estado tiene constancia y la política es para muchos y no para uno.

Ahora, hoy, en medio de esta barbarie plástica, de tanto rencor y tanto resentimiento, el tango insiste con su abrazo político. A pesar de todo. •

1 Revista Caras y Caretas.

2 L.V. López (2000) [1884]. La gran aldea, Buenos Aires: ElAleph.com, p. 94. En línea: http://escritorioalumnos.educ.ar/datos/recursos/libros/la_gran_aldea.pdf. Visto el: 12/11/2013.

* Gustavo Varela, Filósofo, ensayista y músico (UBA / UCINE).