2016: Cita con el radiólogo

“¡Sí!, me inscribo en la tradición nacional y popular,

pero no olvido que no hay Nación sin genocidio…”

Horacio González

En nuestro país, a diferencia de otras culturas, está bien arraigada la tradición de que cada año se festeje algo, se recuerde, se conmemore algún acontecimiento histórico, cierta fecha patria o aquel acto fundacional de vaya a saber uno qué… Agreguémosle a esto la fuerza de los números pares, redondos, y sobre todo de las décadas, que potencia esos a veces festejos, a veces conmemoraciones, y que hacen sospechar de alguna influencia pitagórica subyacente a nuestra liturgia patriótica.

Pero bien, el año que aún transcurre, tiene la particularidad de albergar, por un lado, el bicentenario de la declaración de nuestra Independencia, y por el otro, los 40 años de la instauración de la última (y tal vez más terrible) dictadura cívico-militar.

En mi caso, la fuerza de los números sumado a que me formé en la escuela pública argentina –que en gran parte sigue reproduciendo el modelo de Ramos Mejía cuando, año a año, se realizan los actos escolares patrióticos y se canta el himno–, y al hecho de que provengo de una familia atravesada por uno de los efectos de la violencia de la dictadura –el exilio–, me interpelan a reflexionar al respecto.

¿Pero a dónde conduce todo esto que vengo diciendo? Bueno, si seguimos el camino del bicentenario, conduce a pensar el orígen de nuestra Nación, de nuestro Estado; pero si optamos por recorrer el camino de la conmemoración de los 40 años de la última dictadura, nos lleva a pensar lo que fue, tal vez, su más fiel reflejo: los centros clandestinos de detención y torura, y, particularmente uno de los más paradigmáticos, la ESMA. Pero ¿y si tal vez hay una tercera vía, casi a la manera de Parménides, que vincule estos dos caminos y que de cuenta de que en realidad no se pueden pensar uno sin el otro, o que, en otras palabras, uno es casi el efecto del otro?

Entonces, ¿hay un sentido histórico de la ESMA?; ¿su existencia respondió a alguna lógica subyacente que pueda rastrearse a lo largo de nuestra historia como Nación?, ¿es algo que resulta impensable por fuera de las matrices fundacionales de nuestro país o, por el contrario, el intento de explorar sus condiciones de posibilidad conduce a un callejón sin salida? Veamos…

En Dialéctica Negativa Adorno sostiene que los responsables de Auschwitz –representante del “triunfo de la cultura a la vez que su fracaso”– fueron la Razón Ilustrada (expresada en la Cultura y en los grandes sistemas filosóficos), la “frialdad burguesa” y la indiferencia hacia el otro –en especial frente a su sufrimiento–, sostenida en la confianza de que “a mí no me puede pasar”. Sin muchas deformaciones, me animo a aplicar este postulado de Adorno al caso argentino que tratamos acá, sobre todo si nos detenemos en la cercanía de nuestro bien conocido “algo habrán hecho” con el “a mí no me puede pasar” del texto adorniano.

Ahora bien, para explorar a fondo nuestra tercera vía, podríamos referirinos al análisis que ocupa al escritor y ensayista argentino Ezequiel Martínez Estrada en su obra de 1934, “Radiografía de La Pampa”, sobre todo en relación a la “Razón Ilustrada”.

De modo general, se puede decir que Radiografía es un ensayo que intenta socavar las bases imaginarias a partir de las cuales fue pensada la Nación Argentina en el siglo XIX –el siglo de la Razón Ilustrada en nuestro país–. Allí el autor discute, entre otros, con la historiografía oficial encarnada en la figura de Bartolomé Mitre, uno de los “ilustrados argentinos”, y trastoca los elementos más importantes que dicha perspectiva histórica sostiene. Entre estos elementos, uno de los más significativos es el que tiene que ver con el origen de la Nación Argentina. Para Mitre, la Argentina es por origen republicana y democrática. La forma de sociabilidad sostenida aquí es acorde a la forma republicana, debido a que el suelo hospitalario en el que habitamos permite la iniciativa individual: que los colonos vengan a trabajar la tierra y asciendan socialmente. En esta línea, Mitre plantea un Sujeto de la Historia –la raza criolla– a la vez que dota a la historia de un sentido: la Argentina tiene un destino de grandeza asegurado, es un país de excepción en Sudamérica.

Es justamente esta idea central del planteo mitrista (aún hoy transmitida en tantas escuelas) la que el ensayista argentino combatirá. Para él, el mito de grandeza sostenido en el relato genealógico mitrista pareciera ser solo una ilusión y estar destinado al fracaso. En este sentido, uno de los argumentos centrales que se esgrimen en Radiografía contra las interpretaciones que realiza la historiografía oficial, manifiesta que es en el propio origen donde se encuentran las condiciones que hacen de la Argentina un país imposible. Todo intento de civilización está vedado por las características hostiles del medio.

De hecho, décadas después, la ESMA será un impecable sucesor de Auschwitz para lo que ya denunciaba Adorno: la Razón Ilustrada responsable del terrorismo de Estado y el genocidio; a la vez que una ruptura en la idea de progreso y destino de grandeza, corroboración de la radiografía de Martínez Estrada.

Así pues, la hipótesis de lectura de Radiografía de la Pampa que nos sirve para nuestro recorrido, sugiere que los conquistadores vinieron a América persiguiendo la ilusión de grandeza material, de encontrar metales preciosos, pero una vez aquí se encontraron con que “técnicamente en estas tierras nunca hubo nadie ni ocurrió nada1. En Trapalanda –metáfora de la Argentina– descubren que no hay nada, solo naturaleza hostil: la Pampa infinita, el desierto, la extensión, encarnaciones del drama argentino bajo los ojos de Sarmiento.

Sin embargo, lo interesante es que justamente frente a esta realidad que los desilusiona, los conquistadores se niegan a declinar su sueño, su deseo y –en clave psicoanalítica– lo reprimen, por lo que éste continuará trabajando en el plano inconsciente. En esta negación de la realidad que los decepciona, valorizan todo lo que ven, convirtiendo a la tierra y los animales en un fetiche para sustituir así la falta primordial, efecto de no aceptar la decadencia de su ilusión de grandeza y riquezas. Para que triunfe la ilusión conquistadora, el único camino posible es el que indica que se debe matar, violar, aniquilar a los indios y a la tierra. A partir de ello, el conquistador civilizado se barbariza, asume la forma del indio, y Martínez Estrada advierte: detrás de la máscara civilizada opera y operará siempre la barbarie. Para él, esta es la escena inicial que funda la Argentina y que se desplazará a lo largo de la historia: el indio será la mujer, el pobre, el desclasado, mientras que el conquistador será el colono y luego el inmigrante. Y basta con tirar de un fino hilo para que este desplazamiento llegue hasta el 76, donde el indio, como ejemplo del ser sin humanidad, pasa a ser el “militante subversivo”, y la realidad que se niega y se pretende destruir es la que proponían otras opciones políticas y que podemos englobar bajo la idea de una “patria más justa”, idependientemente de en qué versión concreta se diera: revolución nacional, revolución socilalista…

Quizás una manera de entender la violencia política que atravesó a la Argentina durante la segunda mitad del siglo XX, tenga que ver con este origen que Martínez Estrada intenta develar. ¿Qué Nación podríamos tener si en el principio no están el pacto –al modo contractualista, moderno– ni la armonía entre sociabilidad y política –al modo de una politicidad clásica, naturalista–, sino la violación y la violencia? En sintonía con esta lectura, resulta evidente que el rol que cumplió el Ejército Argentino a lo largo de las distintas dictaduras que se sucedieron en el siglo XX nacional tampoco es casual. En Radiografía de la Pampa se plantea que en un Estado con este origen, las instituciones “civilizadas” y las leyes son –en términos del ensayo– células y alveolos, pseudoestructuras, formas importadas que nada tienen que ver con la naturaleza o esencia americana y que, por esto mismo, no tienen en la vida ningún tipo de sustento.

Podríamos aventurarnos a decir que lo que se reprimió, se torturó y se aniquiló sistemáticamente en la ESMA, a través de los cuerpos de lxs detenidxs-desaparecidxs y asesinadxs, fueron los proyectos de distintas vertientes revolucionarias que atravesaron la conciencia de algunos sectores de nuestra sociedad.

Sin embargo, lo curioso es que el Ejército –que vendría a ser una institución modelo de la civilización– termina reproduciendo la barbarie y convirtiéndose en una entidad bastante genuina y representativa de esta Nación, porque en una sociedad en cuyo principio está la violencia, solo puede mantenerse cohesionada a través de esta, y allí el Ejército ¡sí que es protagonista!

Entonces, ya nos acercamos al último tramo del camino, podríamos aventurarnos a decir que lo que se reprimió, se torturó y se aniquiló sistemáticamente en la ESMA, a través de los cuerpos de lxs detenidxs-desaparecidxs y asesinadxs, fueron los proyectos de distintas vertientes revolucionarias que atravesaron la conciencia de algunos sectores de nuestra sociedad durante las décadas del 60 y 70 y que de alguna manera encarnaron lo “radicalmente otro” frente a los conquistadores, la Razón Ilustrada, la tradición liberal, la burguesía explotadora, todos ellos a su manera grandes importadores de pseudoestructuras.

En esos años la Argentina fue nuevamente Trapalanda, invadida por “conquistadores” (que paradójicamente se autopercibían como los portadores de la verdadera identidad nacional), pero que esta vez en vez de barcos y espadas usaron aviones y picanas, decididos a aniquilar hasta el último rastro de realidad que no convalidara su afán de riqueza y su mentalidad extractiva.

Final del recorrido. ¿A dónde nos condujo la tercera vía? En algún punto los responsables de Auschwitz fueron los mismos que los de la ESMA. La Razón Ilustrada representó aquí la lucha contra la barbarie –bandera fundamental del siglo XIX– que fue mutando de personajes y formas a lo largo del siglo XX; la frialdad burguesa entendida como la exasperación liberal ante todo lo que pueda disputar sus privilegios y su manera de entender y reproducir el mundo; y la indiferencia hacia el otro, el silencio cómplice de una gran parte de la sociedad civil que siendo testigo, hasta el extremo de vivir junto a un centro clandestino de detención, optó por no decir nada o resguardarse en el nefasto y tantas veces esgrimido“por algo será”. •

1 Martínez Estrada, E; “Trapalanda”, Radiografía de la Pampa, Buenos Aires, Editorial Losada, 1974.

* Camila Zito Lema, Profesora de Filosofía (UBA), docente UNDAV y traductora.