Las palabras, la identidad, y los perros de la pobreza…
Hay palabras, en el origen de la vida… En la noche absoluta y sin matices hay palabras cuando la vida fue, memoria de la noche absoluta y sin matices… Que no se reitera, pero tampoco existe sin el común origen, fuera de una resonancia que perturbe el vacío…
Hay palabras que nacen sin recuerdo de la eternidad.
Son palabras fugaces, frágil llama en el viento… Viven en un tiempo atroz. Ocupan un espacio atroz. Les espera una oscuridad atroz; negrura que jamás conoció la luz…
Tiemblan en una soledad sin labios; sus huellas son tenues, fugitivas, apenas las pisadas de una sombra…
Post Scriptum: La palabra aquí es el alma, que resguarda al cuerpo en los aprestos del cadáver… ¡Ah, las músicas, las músicas!… Más allá de sí, de una decisión o de la voluntad; puras palabras ajenas a la voracidad de la muerte… Son palabras sin cuerpo, deberán construirlo; y en la medida que la palabra forma el cuerpo, el cuerpo dará sentido a todos los silencios…; en especial al que asoma en el final del camino… La muerte, entonces, también se construiría con la palabra y el alma tendrá cabida en el regocijo del cuerpo… (La palabra obscenidad quedará clausurada, el miedo se morderá su cola, los cielos vivirán en los cielos, y “la muerte ya no tendrá poder”…)
Hay palabras que nacen para increpar al destino. (Lucen celestes en el crispado río; son las palabras del viaje…)
Hay palabras que nacen cuando nacemos… De nosotros mismos, instante del instante, agónicos, oscuros, incompletos…
El cuerpo sigue siendo sangre sin carne; el alma todavía acomoda sus pasiones, sabe del desvarío, sabe del desamparo y como una bailarina ciega se prepara en las sombras para las danzas…
Post Scriptum: Semejante a la lluvia, que atraviesa los cuerpos, vemos a una madre que muerde las palabras, amorosa primero y más tarde arropada en una piedad extrema; ella puede sentir el aleteo de la muerte y se aleja, presurosa, en su boca carga el grito como si fuera la piedra de su martirio…, sueña con una pradera de salvación…
Hay palabras que nacen como nace el silencio, en el fin de las distancias, en el agua donde comienza el desierto después de la sed; allí donde los hijos matan a sus padres porque son jóvenes y fuertes y necesitan reír sin que nadie se refugie en sus risas con pasos de viejo y con ojos de viejo que ya no separan el bien del mal, por tanto hablar con la muerte. Allí, en el mismísimo lecho de la divinidad, donde el primer hombre y la primera mujer todavía se descubren… ¿lujuriosos…? ¿azorados…? ¿Felices porque Dios no soporta la provocación y se fuga…? ¡Ah las bellas criaturas del temblor!… ¿Qué palabra colmará semejante mar sin peces; la palabra ayudará a entrar en el mundo del beatífico esplendor terreno a ese cuerpo que nunca entró, que jamás de los jamases salió de sí, aterrado, aterrado…?
Post Scriptum: cuando la palabra desafía a la divinidad, se come la lengua; ¿o es posible imaginar una palabra que no traicione a la muerte…? ¿Miedo y silencio son las dos caras de una espera que se resigna a ser espera…? ¿La rebeldía de la palabra que no existe sin un bendito o maldito amor a Dios, es el último sostén de “un alma en vilo”…?
Hay palabras que esperan a los cuerpos, sin mansedumbre, cumpliendo el ritual de la inocencia; así también los cuerpos aguardan sin guardia las palabras en la noche de su destierro… Todo fluye hacia un espacio de anuncios; la identidad de la palabra se abre paso en el pantano; sucia de sí, se pierde y se encuentra; sucia de sí, balbucea en el lodo, da gracias a los cielos como un náufrago que se aferra a las raíces de la orilla…
La identidad de la palabra –en las delicias del amor o en el socavón del odio, tanto da–, es una palabra que se alza, letra más letra, ladrillo a ladrillo, con la misma paciencia, con el mismo asombro que siente el cuerpo cuando descubre la lluvia en una lejanía sin nubes…
Post Scriptum: ¿Qué sucede con la palabra; tambalea, se sacude hasta en los cimientos su identidad, cuando un ser poseído por la angustia apresura los tiempos de la agonía inevitable y escribe su destino…? (¡Ah esa hoja que cae, dorada… dorada…!) ¿No será un anhelo de la palabra, que la palabra devaste a la agonía, así la palabra escucha a la palabra…? ¿O acaso el silencio no habla con el silencio en la noche perfecta de la perfecta mañana…?
Hay palabras que arden y arden con ansiedad y brillo en los pliegues de la caverna. En la desmesura de su totalidad, como unidad del lenguaje ungido en verdad amorosa, las palabras incendian la tierra del día y los cielos de la noche. Lentas palabras de agua, sirven para perderse en el vientre de una estatua de sal. Raudas palabras de aire, van y van, van y van… Nube en las nubes… Las nubes se sostienen de palabras, jamás de llantos. (Nadie llora cuando la muerte resucita en los pasos de la belleza…)
Post Scriptum: El tema de la palabra es la fuga. Por fuera de su deseo el viento de la boca la enloquece; es su Mistral. Las palabras sobran en el cuerpo; hasta un barril sin fondo ni fin (aparente) desborda en el diluvio… La fuga es un viaje en el navío de la angustia; allí la palabra es una valija que se hunde en el mar, puro lastre…
Hay palabras que sin respiro nos arrojan ante un espejo inapelable: ahí está la vida, ajena a la retórica, esquiva de los artificios, hosca frente a las representaciones que ahuecan las pasiones hasta el hartazgo… Ahí está vida, muestra sin pudores ni moralinas sus carnes en llagas como si fueran el sol de los sacrificios, el himno de las miserias, un coro de condenados; y detrás, casi en penumbras, dolida, impotente, avergonzada, asoma otra vida, la que se soñó sería. (En el amor, sería; en lo justo, como acto primero y finalidad postrer, sería…)
Palabras y palabras, que den validez al mayor de los desgarros, en esa hora en que las mentiras ya no sirven, los lamentos persiguen inútilmente a los fantasmas y el número de muertes en el hambre de la calle espanta de la cama a las más aguerridas de las amantes… (Ah, ya no hay pausa ni para el perfume de los jazmines…)
Post Scriptum: En los bordes de la soledad alguien –¿nuestra mano?– arroja una piedra húmeda y con algas contra el espejo; el espejo estallado es un alma que tiembla ante la negrura infinita del abismo… (¿Pero de quién es ese hambre de lengua desesperada que lame la piedra hasta nacer cadáver? ¿No es un niño el que yace en ofrenda servil ante los ojos del carancho…? ¿La redención es el comienzo de otra farsa…?
Hay palabras que advierten: la identidad del ser está en la palabra; es la palabra en la palabra, que da vida a las palabras; pero no se agota ahí, los usos y costumbres de la muerte tampoco se rinden tan fácilmente… Y cuando la palabra – áspera en la garganta, de fuegos en los labios…-, no coincide en sus huellas con los actos, se desnuda la impotencia del acto para constituirse en la esencia viva de la palabra: desde el origen su filo está mellado… (La criatura humana que pende de un hilo en el abismo no tendrá un final piadoso. O al menos pulcro, como exigen los notarios del buen dolor.)
Post Scriptum: Si el ser se consustanció con la palabra al punto de pervertirse en la pura palabra, fallece ante tamaño escándalo. Si el ser se reduce al acto, y construye su morada con paredes flacas, languidecidas, obre con conciencia o se sitúe lejos de ella, no tendremos otro fruto que un exceso de materialidad fingida… Nada así merece la existencia, la contradicción se resuelve en el silencio… (Las aguas del río corren hacía el océano, o se secan…)
Hay palabras de singularidad absoluta, profetizan el bien, aún sin topia. Hay palabras que solo viven en la comparación, son palabras para el metro y la balanza, son palabras que nos hablan del mal porque imponen que alguna vez existió el bien –sea como idea, sea como acto–; lo necesitan para poder ser, así como la riqueza, más que considerada en sí, necesita de la pobreza para construir su identidad; existe necesariamente desde lo otro, que aquí es el dolor, inevitablemente dolor, tanto en el paroxismo de la sumisión, como en el inicio de la rebeldía.
También hay palabras pobres, de irreductible pobreza, su perfección puede concebirse en el grito, un grito del alma, en tanto su alegría y su tristeza provocan una misma fascinación: el velo está corrido; la luz nos desborda hasta el límite del sufrimiento, se funde con la locura. Hay palabras que a su vez necesitan del murmullo. Un murmullo con guijarros en la boca que pronuncia y un murmullo de pétalos de rosas en la misma boca cuando se cierra… Así podremos recorrer un extenso pentagrama, que se inicia en un cristal velado y culmina con trompetas y trombones para un cristal roto…
Post Scriptum: La lengua privada de los dioses para entenderse con la criatura humana es la lengua de los delirios; algo así como la piel de un lago… En la criatura humana el delirio es una necesidad voraz del espíritu, pura espuma de luz para no estallar de impotencia… Se trata de una belleza más que precaria, arena en el cosmos, no termina de aparecer cuando ya se extingue… Eso sí, su estela es imborrable. Tras su recuerdo, ya nada será como fue…
Hay palabras que nos habitan y preparan para el espanto que espera cuando descubrimos la eternidad en los ojos de un gato que merodea a los prontos muertos en las camas siempre húmedas de un hospital de pobres. Hay palabras que acompañan nuestro asombro en el surco de la conciencia; hay palabras que regresan extenuadas por su viaje y sin embargo persisten en interrogarnos: ¿qué es el grito…? Puertas adentro de un asilo de pobres hallamos una respuesta: el grito es la identidad del ser en la palabra, cuando el cuerpo fallece en su deseo: quiso construir la casa del alma… y era un tiempo sin treguas ni reconcilio…
Post Scriptum: Nadie llega al grito sin haber socorrido a la palabra, atascada en la muchedumbre de la soledad… Nadie se va del grito sin la certidumbre de conocer el cuarto de pobres donde duerme la muerte de los pobres. La palabra, entonces, ya no se protege y cuelga los guantes, de todas formas seguirá respirando… (Quien no se protege es el niño de la pobreza; llueve, como llueve cuando se enojan todos los ángeles, y entra en ese cuarto… Aquí, el pronóstico es certero, inevitable. El niño de la pobreza respira en el aire de la muerte; su suerte depende de un suspiro…)
Hay palabras que aguardan en la más profunda mismidad (pienso en un eterno socavón de una mina de diamantes, donde un perro de dientes negros roe la garganta de la luna…); en ese borde de fuga, resbaladizo, donde el lamento –en su abundancia y para mayor desgracia se transforma en vacío… Hay palabras para que el destino trágico del condenado pase a ser el drama vivo de una conciencia viva. Habría aquí una gracia de la voluntad, mucho más que una vía de milagro…
Hay palabras como cataratas de la realidad, como reiteración que defiende lo que ya existe; y hay palabras que traen las voces del sueño y del delirio, para que, ¡vaya paradoja!, la realidad dé una vuelta campana y cobre sentido y agote los sentidos en la conciencia que despierta, incluso atroz, sobre los bosques de la inocencia… Hay palabras que mudan de río en río, que no soportan un mísero instante de quietud; ven allí los prolegómenos de un suicidio… Hay palabras que los dioses y los demonios consagran sobre nuestras cabezas, a sangre y fuego si es preciso, con la misma intensidad de un auto de fe, o de un mito… Hay palabras alucinadas que los ángeles nos susurran al oído, en memoria de aquellos días en que también éramos ángeles, aunque nuestros ojos estuvieron lacerados de tanto mirar los ojos del sol…
Post Scriptum: ¿La palabra es un artificio, la última jugarreta antes de aceptar que solo nos pertenece un lecho. no un lecho de mar sino de escombros? De eso se trata: entrar en el sueño sin haber salido del sueño, tirando abajo, pacientes y obstinados, el muro que nos encierra. Ese muro que nos obliga a permanecer en una imitación trágica, en esa sustitución degradada de lo real, que realizamos día a día, con la ilusión de continuar vivos, por más lejos que se nos vaya la vida. Bienvenida pues la destrucción, aunque soñar deja de ser un deseo protector y el lecho de escombros se revele como una tortura cotidiana. En el exceso de contenido, que ahora se derrumba, se inicia un proceso (una angustia) liberador. En tanto la pobreza es un exceso cruel, puro rencor, la tarea de demolición urge.
Hay palabras que recogemos de otras palabras, son su alma, y las volvemos propias, como si fueran la bóveda celeste con estrellas de infinita finitud de luz, donde esperan nuestros muertos… dormidos en sus lágrimas…
Las lágrimas guardan la memoria de un placer que no fue cumplido, y llegan ahora, convertidas en el eco de un dolor lejano, lejanísimo, casi impalpable, pero que aún escarba la herida.
De pronto ese dolor pega un salto sobre las ciénagas con botas de gigante, lo que ayer fue una ilusión, o un socorro de las magias, es hoy el parto de una rebeldía que entre gritos, llantos y risas nos llama, planta en el universo una nueva esperanza. Entonces la palabra deja de ser la idea, una escuálida idea; hay un cuerpo, surge el acto. La palabra en acto es nuestra piel, la pasión que estremece todo lo que somos… (materia de un sueño irrepetible, que contamos y contamos en la levedad del día…)
La palabra no se desmerece. La palabra reconoce que hubo aquí una ceremonia virtuosa en los jardines del amor, a la hora del crepúsculo…
Vibran todavía palabras de dulzura, mientras nos cierran los ojos… Lo que parecía un mare nostrum es el rocío de la lengua…
Post Scriptum: De los pliegues originarios de una realidad que no se finge, reconocemos una ética que poco y nada tiembla al maldecir las metáforas, las alegorías y las interpretaciones de las palabras que naturalizan el crimen de la pobreza y petrifican los actos de sumisión.
Hay palabras que son cuchilladas de alegría, cortan los nudos de un tajo: purísimo, prístino, primigenio… ¡Ah vida que renace para la vida!… ¡Ah historia de la criatura humana que puede ser contada desde los tajos…los que se dieron y los que no se dieron!
Hay palabras que a duras penas cargan con la tristeza; yacen sobre el sudor de sus pesadillas, beben de su sangre para su sed, caminan sobre las sombras y confunden su sombra, el ahogo de su sombra, con la muerte que anhela, acecha, abraza…
Hay palabras que son nuestros ojos: miran a los niños de la pobreza. (¿Saben de ellos? ¿Pueden mirar desde ellos? ¿Qué es la mirada? ¿Para quién es la mirada…?)
El firmamento celeste, muy celeste y cristalino se apaga. Las bellas nubes desaparecen rápidas en la garganta de algún fantasma…
Entramos en un territorio sin plegarias ni deseos. Aquí la identidad de la palabra, que marca el espacio y el tiempo del otro, y desde allí nos mira, sería un reconcilio con la muerte; un diálogo entre dos mentiras. Pena y pena. Apenas la pena…
Post Scriptum: Son días en que el lenguaje social se viste con las ropas del diálogo. Este gran paradigma nos huele a pescado viejo, a cadáver molido. ¿Diálogo entre quien tiene la soga en el cuello y el otro que de la cuerda tira? Lo que se ve aquí es una lengua negra que se esfuerza hacia un cielo sin cielo; y del otro lado un verdugo, un poco cansado y un poco aburrido, que se acomoda sobre el pasto, en vísperas de la siesta…
Hay palabras que asaltan nuestra conciencia, y ahora dicen: desde el cuerpo en llagas y con el alma en fuego y sin halagos; desde el centro mismo de una existencia, capaz de firmar su propia partida de difunto sin renunciar al sentido de sus pasos, se puede construir una poética de alabanza a la belleza.
Sí, belleza, exaltación en alza de la palabra que la nombra, aún sobre la tierra púrpura, arrasada; aún sobre los propios huesos arrasados…
La pregunta roe la frente: ¿quién escribirá esas palabras de belleza; quién llenará esa espera florecida, cuando los perros que ayer aullaban a la luna hoy le aúllan en la cara a los niños empobrecidos de la pobreza…?
Post Scriptum: En tanto la contradicción llega al límite de lo insoportable, descubrimos que hay palabras que solo tienen sentido como preguntas; y hay preguntas que han nacido como silencio… ¡Que el dolor lave las bocas! •
Vicente Zito Lema: Abogado, poeta, dramaturgo, periodista y docente universitario (UNDAV).