“Nos estamos organizando, ya nos van a ver”. El tiempo está a favor de los pibes y las pibas
Todos los años las noticias sobre la niñez vulnerada son las que más repercuten en los sentidos de la sociedad. Alcanzan tapas de diarios y debates televisivos por momentos sostenidos en el tiempo. Sin embargo, esta preocupación que surge de forma instantánea no es azarosa y tiene una historia. Se trata de sentidos, valores y recorridos construidos a lo largo de la historia que, aún en momentos de crisis e individualismo, colocan a la niñez en el centro del discurso. Esta vez, la alarma se volvió a disparar ante la publicación del último informe del Observatorio de la Deuda Social que produce la UCA: “8 millones de niños y niñas de la Argentina se encuentran por debajo de la línea de pobreza”, rezaron los titulares. Es decir, un 62,5 % de la población infantil y adolescente se encuentra actualmente sin acceso digno al techo, la salud, la educación, la estimulación y la información como así también al derecho de algo tan básico como el agua y la alimentación.
Lo importante aquí es realizar un análisis genuino que atraviese el sensacionalismo de los números y la inmediatez de la noticia. La vulneración de la niñez, si bien se acrecienta en contextos como el actual de crisis, ajuste y precarización, tiene su correlato histórico. Las políticas públicas y las teorías académicas, también. Por eso, remontarnos a la última dictadura cívico, eclesial, militar no es casual, desde entonces se acumularon en generaciones el avance sobre los derechos conquistados. Lo que hace más de 40 años podría tratarse del hijo o la hija del obrero con ciertas garantías socioeconómicas que permitieran la vida digna de su familia, comienza a ser durante el neoliberalismo el hijo o la hija de padres –y madres– precarizados, de familias desmembradas, de lazos comunitarios segmentados, debilitados y hasta destrozados.
Dentro de las distintas políticas de privatización y precarización de los cuerpos y territorios, la niñez es siempre la más perjudicada. Arrastra, generación tras generación, el detrimento de políticas que posibilitaran la contención, concientización y valorización de la vida. Esto responde a iniciativas y decisiones políticas que los organismos internacionales disponen para llevar a cabo su plan económico. Es así que, durante los distintos gobiernos –más allá de los matices– las políticas de niñez, como todas las políticas sociales, se fueron adecuando a las exigencias internacionales. En este contexto, no resulta menor el énfasis del actual gobierno de Cambiemos en las políticas de “primera infancia” que conducen directamente a los intereses del Banco Mundial, los cuales se limitan a proyectar a 20 años su modelo de sociedad, de forma tal que todo aquel o aquella que lleva en su cuerpo años de políticas de hambre y exclusión es descartado.
“El aumento del analfabetismo, la muerte infantil y la desnutrición proponen un modelo de sociedad estancado en la sobrevivencia del cotidiano sin posibilidad de proyección a largo plazo ni construcción de futuro”.
Las políticas de niñez, además de enmarcarse en los lineamientos internacionales, son a su vez la muestra clara del tipo de sociedad que lo encarna. El aumento del analfabetismo, la muerte infantil y la desnutrición proponen un modelo de sociedad estancado en la sobrevivencia del cotidiano sin posibilidad de proyección a largo plazo ni construcción de futuro. En este marco, es preciso colocar la diferencia existente entre las políticas de muerte con aquellas que aspiran a la construcción de un futuro genuino desde el presente como puede ser el caso de Cuba donde, recientemente se ha logrado la tasa de muerte infantil más baja de su historia y que, a su vez, ya desde el año 1961 con tan sólo dos años de proceso revolucionario se declaró país libre de analfabetismo.
Las políticas de muerte antes mencionadas se expanden por el continente como parte del plan neoliberal. Y es en esa línea que la deshumanización comienza a ser parte del cotidiano, llegando a expresiones tan perversas como el femicidio político de las 41 niñas incineradas por protestar contra abusos sexuales y físicos en uno de los dispositivos institucionales que el gobierno de Guatemala llama “Hogar seguro”. Así mismo, la intención de Donald Trump, el actual presidente de los Estados Unidos que, si bien ha retrocedido por la presión internacional, accionó un plan de detención de las y los migrantes, separando a su vez a más de 2 mil niños y niñas de sus familias.
Sujetar por la herida
Entonces el ensañamiento contra los cuerpos de los niños y las niñas es parte del plan, y aquella presunta preocupación por los titulares se va perdiendo en su propia fugacidad. A lo largo y ancho del continente distintos dispositivos de estigmatización y control abonan al mismo objetivo: construir al niño o la niña de la barriada popular como lo ajeno, lo otro, lo peligroso, entonces factible de ser invisibilizado. Ahora, el pibe o la piba, deja de estar en riesgo para convertirse en el responsable de su propia exclusión.
Y aquí es cuando aquellas políticas que debían ser de contención se convierten en políticas de represión y de encierro. Pero no se trata tan sólo del abuso policial, ahora el encierro puede ser en el propio territorio, entramados complejos donde opera el narco, el fiolo, las fuerzas de (in) seguridad y otros actores en complicidad. Las cárceles a cielo abierto, donde gran parte de la economía marginal e ilegal se reproduce, encierran a los pibes y las pibas como engranaje necesario para su propio funcionamiento. Y si bien estas cárceles no tienen rejas, sus carceleros tienen rostros. Excluyen a los pibes y las pibas al militarizar los centros urbanos, al cruzarse de vereda o al negar la incorporación a la economía formal limitándolos a las barriadas como el único lugar para su vida.
Esta pedagogía de la crueldad hacia los pibes y las pibas es la que posibilita la permanencia del discurso construido sobre la peligrosidad de la juventud pobre. Y es reproducida tanto por la sociedad civil como así también asumida desde el/la mismo/a pibe/a. De esta manera, su vida efectivamente vale menos que otras vidas, duele menos, dura menos. Y esto no parece preocupar, porque es lo otro que no soy yo, que no se identifica como propio. Los cuerpos de los pibes y las pibas, entonces, pueden ser sacrificables para que aquella construcción de sentidos y discursos sostengan cierta “normalidad”. En estos tiempos, son los cuerpos sacrificables que toda sociedad capitalista necesita para continuar su rumbo.
Los pibes y las pibas, una digna rebeldía
Así como la vulneración de derechos tiene su correlato histórico, la resistencia a dichas políticas también. Y es desde la huelga de las escobas que podemos observar a una niñez contestaría y rebelde, que se fue construyendo como sujeto político y protagónico a lo largo de los diferentes procesos políticos y sociales. Cabe mencionar que fue en el primer gobierno de Juan Domingo Perón donde se sentaron las primeras bases de políticas sociales que permitían pensar una niñez distinta y de esa manera un proyecto de vida digna. Sin embargo, la proyección de futuro desde la niñez duró poco y nuevamente las políticas de supervivencia ocuparon la agenda política.
Allí distintas experiencias de organización con la mirada detenida en la niñez comenzaron a disputar los sentidos construidos de una niñez entendida como un sujeto despolitizado, relegado y sumiso. En ese marco, el niño y la niña comienzan a ocupar un lugar más protagónico dentro de algunas organizaciones sociales, sindicales e inclusive religiosas. Organizaciones que sientan las bases de una nueva pedagogía, la del abrazo, la coherencia y la ternura. Una pedagogía que nace de la escucha, de ver al niño o niña con capacidad transformadora y que por ende, entiende necesaria su participación en la organización. Tal es el caso del Movimiento Chicos del Pueblo que pinceló parte de esa pedagogía que hasta el día de hoy se sigue replicando en diferentes construcciones.
Se trata de un accionar tan cotidiano como estructural que se permite construir futuros al compartir la vida, los sueños, los saberes. Que se piensa en las dimensiones entrelazadas de lo personal y lo político, del juego y el aprendizaje, del límite y la rebeldía. Es en ese sentido que, a lo largo de la historia de las organizaciones de niñez distintas prácticas y miradas se fueron asentando, dando pie a generar nuevas formas de vinculación como así también posibilitando cambios hasta en el marco legal para la protección y promoción de sus derechos. Esta orientación permitió entender al grupo de niños y niñas de las organizaciones como compañeritos/as, pares para la construcción y definición de los espacios políticos, tanto en las calles como en los barrios.
Cabe mencionar que este recorrido trae con él las tensiones propias de cualquier construcción social, y es en esa tensión que, educadores/as, pibes/as y referentes/as conviven permanentemente. Sin embargo, parte de las organizaciones del amplio abanico del campo de la niñez se permite el desafío pedagógico de la construcción con los pibes y las pibas como parte de las mismas, con sus particularidades y necesarios espacios, pero compartiendo la vida en comunidad.
“Una nueva pedagogía, la del abrazo, la coherencia y la ternura. Una pedagogía que nace de la escucha, de ver al niño o niña con capacidad transformadora y que por ende, entiende necesaria su participación en la organización».
Con ternura venceremos
La historia ha ido permitiendo nuevos caminos que conduzcan a otros tipos de organización que, en gran parte la creatividad de los mismos pibes y las pibas los han abierto. Allí las experiencias de las organizaciones de niñez se arman y desarman, desde la práctica, el cotidiano a lo largo y ancho del continente. Pensando dónde se pisa, dónde se hace, resistiendo a todas las formas de dominación y control.
Es necesario retomar las primeras experiencias de organizaciones que incluyeron a los pibes y a las pibas dentro de sus prácticas. Entre ellas podemos destacar la creación de la Fundación Pelota de Trapo en 1974, referenciada por el sociólogo Alberto Morlachetti, una de las voces que marcaron el rumbo de la agenda de niñez las últimas décadas. Morlachetti supo sintetizar su cotidiano en una pedagogía que aún repercute en las organizaciones de niñez. Anticipada por Paulo Freire, no propone un compromiso desde la caridad ni la piedad, si no un compromiso desde el amor, una pedagogía de la ternura. Esta mirada se multiplicó en cientos de construcciones condensadas en el Movimiento Chicos del Pueblo.
Como parte de ese recorrido surge entre otras experiencias, el Encuentro Niñez y Territorio que allá por el año 2013 unificó la voz de distintas organizaciones de niñez en un grito colectivo. Una primera convicción las y los encontró, saber que hay otra realidad para las pibas y los pibes, que no la cuentan ni los relatos y que la omiten los discursos de escritorio. Por eso, en aquel año electoral en el quisieron instalar, nuevamente, el eje de la baja en la edad de imputabilidad en la agenda legislativa, se llevó a las calles la caravana por el No a la Baja frente al Congreso Nacional denunciando que “los pibes y las pibas no son peligrosos sino que están en peligro”. Desde entonces acciones, formaciones, caravanas y encuentros de pibes y pibas fueron la excusa para visibilizar el cotidiano de sus territorios.
Hay otras experiencias de niñez que recorren nuestramérica y merecen ser contadas. Tal es el caso del Movimiento de los Trabajadores y Trabajadoras Rurales sin Tierra de Brasil que contempla como parte orgánica de su estructura al espacio “Sem Terrinha” desde donde se piensa, acompaña y organiza a los hijos e hijas de las y los campesinos. Se trata de un movimiento con una fuerte impronta de la pedagogía del oprimido –y de la oprimida– de Paulo Freire que atraviesa sus prácticas y discursos. Desde allí, el rol de la niñez como sujeto protagónico y capaz de evidenciar las violencias y opresiones es central. A través de distintos espacios de educación, formación y juego se permiten pensar y prefigurar nuevos mundos. “Somos hijos e hijas de una lucha” rezan en sus canciones los niños y las niñas del movimiento y advierten a los gobiernos desde temprana edad “nos estamos organizando, ya nos van a ver”. •
* Camila Parodi y Daniel Sticotti, Integrantes del Equipo de Niñez de El Transformador / Niñez y Territorio.