Evolución de la industria argentina

La industria Argentina se caracteriza por haber nacido en una comunidad que no fue pobre antes de entrar en la senda fabril. La Argentina fue rica desde fines del siglo XIX, cuando la fértil pampa húmeda le dio una fortuna especial, compuesta por carne y cereales, que superaba el consumo interno. Los pueblos ricos pagaban buen precio por estos productos, lo cual permitía satisfacer las demandas de productos manufacturados con estos ingresos, mediante la importación.

Con el paso del tiempo, los precios de esos productos primarios tendieron a la baja y Argentina perdió su ventaja relativa dado que otros países aprendieron a producir carne y cereales en mayores cantidades y a menores costos. La solución efectiva a este problema consistía en pasar del sistema agrario al fabril, alentando la producción de nuevos bienes y creando mayor riqueza, imitando los planes de desarrollo de otros países. Esa salida fue trabada por varias causas y fuerzas sociales, internas y externas, a lo largo de los años. La debilidad de sus promotores se enfrentó durante mucho tiempo al poder de quienes se oponían a este cambio. Los primeros pasos industriales a escala fueron surcados por los saladeros, los cuales procesaban y exportaban carne y cueros. Éstos fueron instalados a partir de 1810 en Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos. Los elementos y métodos de procesamiento eran simples y rudimentarios en sus comienzos. Luego del año 1830 se producen reformas en los sistemas productivos de la mano de inmigrantes europeos, los cuales aportaban conocimientos técnicos a esta sociedad primitiva. Las fábricas en la Argentina en esos años correspondían a emprendimientos artesanales proveedores del mercado interno: panaderías, fábricas de fideos, jabones, licores y cervezas. Con el avance del ferrocarril se buscó desarrollar nuestro país, imitando lo sucedido con la industria siderúrgica en Gran Bretaña. Esto originó un mejoramiento del sector agrario argentino y un desarrollo del sector metalúrgico británico, dado que se compraban locomotoras, rieles y equipos a fábricas de este origen. A partir del año 1860, con el crecimiento de la ciudad de Buenos Aires y su evolución, dada la concentración de la riqueza, el desarrollo de importantes obras públicas y el flujo de inmigrantes, se produjo un incremento en la demanda de bienes. Los empresarios, en general, eran extranjeros llegados al país portando conocimientos técnicos o prácticos de la rama en la que se instalaban, con un pequeño capital propio o prestado, y en escalas productivas muy modestas. Se destacan los emprendimientos de Bieckert, Bagley, Noel, Peuser, Bianchetti y otros inmigrantes. Las últimas décadas del siglo XIX (1880-1914) registraron un veloz crecimiento de la economía Argentina. Las exportaciones se expandían como si no tuvieran límites y permitían pagar las importaciones y una parte de la deuda con el capital extranjero. La ciudad de Buenos Aires se expandía y se convertía en una de las urbes más grandes del mundo, ofreciendo un mercado altamente tentador y demandante de trabajo. Ambos fenómenos dan paso a una evolución productiva.

1914-1930: consolidación fabril

La evolución fabril se conmovió por los efectos de la Primera Guerra Mundial. Las consecuencias inmediatas tendieron a reducir el comercio exterior, ofreciendo una protección especial a la industria local. Las limitaciones de importar durante la guerra posibilitaron el avance de la producción en productos simples como aceite comestible y queso, o más sofisticadas como química, cemento y papel. Las empresas norteamericanas que exploraban los mercados mundiales comenzaron a instalarse en algunas actividades frigoríficas y petroleras. Detrás de ellas llegaron empresas productoras de cemento, automotrices (Ford y General Motors), comunicaciones (ATT) y otras. La historia se repite nuevamente por el reparto de mercado y monopolios creados por empresas extranjeras, dominándolo totalmente en sus rubros. Desde 1922 se expandió la producción de petróleo y se lanzó la destilería de La Plata, la cual fue el núcleo central del polo productivo durante el resto del siglo. Se inauguró en 1925 dando trabajo a 450 personas sobre una dotación total de YPF de 4800 empleados. Luego se creó una planta de cracking en 1928 y una fábrica de latas en 1929. Esta expansión fabril, que reemplazaba compras en el exterior, se pagó con los tres primeros meses de producción. En 1927, se creó la Fábrica Militar de Aviones, y varios años más tarde, en 1937, se fundó la fábrica de pólvora y explosivos en Villa María. Asimismo, Quilmes desarrolla el cultivo de cebada (antes se importaba), e instala la primer maltería. La producción de algodón asciende de 13.000 hectáreas a 100.000 en 7 años, logrando el autoabastecimiento. Y Alpargatas, instala una hilandería de algodón, denotando el crecimiento del mercado. En consecuencia, se comenzaron a registrar inversiones de firmas argentinas en países vecinos para conquistar esos mercados. Los casos más resonantes fueron: Bunge y Born, SIAM y Alpargatas.

1940-1953: posguerra y realidades
del mercado externo

“Una de las consecuenciasmás sorprendentes de la Segunda Guerra Mundial fue la expansión vertiginosade las exportaciones industriales argentinas.Las ventas pasaron del 5%en 1940 al 19% en 1945.”

Una de las consecuencias más sorprendentes de la Segunda Guerra Mundial fue la expansión vertiginosa de las exportaciones industriales argentinas. Las ventas pasaron del 5% en 1940 al 19% en 1945. Se destacaron las ramas textiles, químicas y alimenticias. La salida fabril al exterior permitía ampliar la escala productiva y las dimensiones económicas de la producción, en un proceso que fue efímero. En cuanto terminó la guerra, esos mercados se perdieron. Parte de esto fue consecuencia del accionar del propio gobierno argentino que prohibió algunas exportaciones por temor a que se desatendiera el mercado interno y otra cuota de responsabilidad fue de los industriales que se encontraban más cómodos en el protegido mercado local. Lo cierto es que la industria se replegó sin reclamos, como si no hubiese tenido confianza en su potencial competitivo ni en el posible apoyo oficial. En 1944 se creó el Banco de Crédito Industrial para otorgar créditos de mediano y largo plazo al sector fabril. En 1946 se creó el Instituto Argentino para la promoción del Intercambio (IAPI), para manejar buena parte del comercio exterior nacional. Vendía carne y cereales y compraba diversos materiales en el extranjero. En el año 1956 se creó el INTI y el INTA para apoyar el área industrial y el área agropecuaria, y la Comisión Nacional de Energía Atómica que se convirtió en uno de los organismos más activos en la evolución técnica de la industria argentina de las décadas del sesenta y setenta. Otras empresas creadas fueron Gas del Estado, Techint y Agua y Energía.

1953-1968: la apuesta eufórica
al capital extranjero

A comienzos de la década del cincuenta se replanteó el proceso industrial. La producción no crecía por la falta de máquinas y el país no generaba las divisas necesarias para comprarlas, agravándose aún más la situación por la falta de crédito externo. Se pensó entonces en fomentar el ingreso de empresas transnacionales que estuvieran dispuestas a aportar equipos bajo la forma de inversiones directas y en sectores todavía no explotados. Se firmó entonces en 1953 la ley 14122 que trataba de regular los flujos de fondos esperados y de otorgar garantías jurídicas a sus propietarios; su principal objetivo era atraer empresas a la producción metal mecánica en Córdoba en asociación con la Fábrica Militar de Aviones. Se logró la privatización de la fábrica de tractores que la FMA estaba instalando en ese momento, quedando a cargo de la Fiat, antigua proveedora de la FMA y llamada Fiat Concord. También en Córdoba se instaló una fábrica de automóviles denominada IKA. Ambas empresas obtuvieron créditos generosos de parte del Banco Industrial, garantías de reserva del mercado interno e instalaciones, equipos y personal calificado, logrando así beneficios desde el primer año de actividad. Estos fueron los mayores frutos de expansión fabril asociada con el capital externo, creando el primer y mayor polo metal mecánico del país. Asimismo, el gobierno argentino comenzó a pensar también en la creación de nuevas empresas. No se trataba de impulsar las existentes sino de crear nuevas en los campos donde se notaba la necesidad de tener producción local. El área elegida fue la de insumos básicos. Hierro primario y acero, aluminio, petroquímica, celulosa, papel para diario, etc. Resultados a partir de la experiencia acumulada con el ingreso de las transnacionales y la nueva situación del mercado mundial.

Desde 1970 en adelante…
navegando contra la corriente

La industria entró en la crisis de 1975-76 en las mejores condiciones de su historia. Venía de varias décadas de crecimiento continuo, signado por algunas crisis coyunturales, y estaba en un proceso de expansión que la había llevado, hacia 1974, al uso de toda su capacidad instalada, mientras se lanzaban los nuevos proyectos de expansión de las ramas básicas. El ciclo de políticas sucesivas que se contrarrestaban mutuamente no se repitió. El péndulo se detuvo en un extremo; la persistencia de las elevadas tasas de interés sufridas desde 1975 y la apertura indiscriminada a las importaciones fueron cambiando la economía argentina. Esos factores, junto con los cambios en la demanda local, sorprendieron a la industria y, lentamente, cobraron su precio. Algunas firmas endeudadas, las más audaces, optaron por la venta de activos fijos para pagar sus compromisos, reducir costos y contraer estructuras; se achicaron pero lograron sobrevivir. Otras quedaron a la espera de una refinanciación “blanda” que nunca llegó. Sobrevivir en la coyuntura resultaba más imperioso que la perspectiva de crecer. Fue así que muchas empresas se despojaron de sus ingenieros y especialistas no ligados a la producción, abandonando toda visión de futuro y deteriorando cualquier capacidad de implementar un cambio. El caso más representativo de esta crisis fue el protagonizado por la empresa SIAM.

1990: atravesando tiempos difíciles

La crisis de la deuda iniciada en la Argentina en 1981 marcó el comienzo de un largo período de ajuste signado por la deuda externa y la inflación. La inestabilidad política se veía sumamente agravada por dicha crisis económica, cada coyuntura creaba un efecto multiplicador y disolvente del desequilibrio financiero. La repetición de estas reacciones “disciplinaron” a los sucesivos gobiernos, quienes se manejaban dentro de una nueva era de inestabilidad, llamada la era de los “golpes de mercado”. La crisis orientó a los responsables del gobierno a adoptar soluciones de corto plazo limitadas a la atención del sistema financiero y de crédito, quedando el sector industrial y productivo subordinado a esas prioridades. Desde junio de 1975 hasta marzo de 1981 la inflación se mantuvo en el orden del 300% de promedio anual, haciendo que el ahorro se volviera líquido para evitar los efectos de la inflación o para beneficiarse de sus oportunidades potenciales. Como consecuencia de ello, la inversión fija mostró una continua e intensa tendencia descendente y la capacidad fabril se mantuvo estancada cuando no en abierta caída, buscando adaptar su estructura y características al nuevo contexto económico. La inflación se contuvo en 1991 para dar lugar a la estabilidad, su implementación creó exigencias que resultaron tanto o más crueles que las sentidas durante la crisis inflacionaria, sin poder solucionar los problemas de la década del ochenta, que se presentaron nuevamente, sólo que en distintas formas. Las rebajas de aranceles destrozaron implacablemente el antiguo sistema proteccionista. Las tarifas bajas se combinaron con el nuevo valor del tipo de cambio para dar lugar a una avalancha de bienes importados que afectó las posiciones de una amplia fracción del espectro fabril. El gobierno suspendió los planes de promoción industrial y redujo beneficios ya concedidos, aparte de recortar sus plazos de vigencia. Por otra parte, eliminó el Banco Nacional de Desarrollo. Sus recortes presupuestarios afectaron al INTI, así como a buena parte del complejo oficial de ciencia y técnica.

2003-2013: cambio
de paradigma

“El consumo se convirtió en el motor del crecimiento, y el salario pasó a convertirse en una pieza fundamental del modelo a partir de ser la fuente de demanda que tracciona la producción y el mercado interno.”

Etapa de un nuevo modelo productivo con inclusión social que puso fin a la valorización financiera, donde el kirchnerismo logró redefinir el rol del Estado, promoviendo la intervención estatal como garante de la justicia social y el desa­rrollo económico. En la crisis 2001-2002, el desempleo ascendía al 25 por ciento y los índices de pobreza eran del 54 por ciento mientras que los de indigencia rondaban el 27,7 por ciento. A partir de 2003, la economía se recuperó con fuerza luego de acumular una caída del 20 por ciento del PBI entre 1998 y 2002. A partir de subor­dinar la economía a la política, se puso en marcha un modelo de reindustrialización con inclusión social y distribución del ingreso. Un rol clave tuvieron las políticas de infraestructura pública, el fortalecimiento del movimiento obrero organizado, la reapertura de la puja distributiva, la ampliación de la cobertura previsional y las mejoras en las condiciones materiales de los sectores populares. El consumo se convirtió en el motor del crecimiento, y el salario pasó a convertirse en una pieza fundamental del modelo a partir de ser la fuente de demanda que tracciona la producción y el mercado interno. El trabajo se convirtió en la política social más importante. El empleo creció de manera muy pronunciada provocando una fuerte reducción del desempleo y el subempleo, lo cual implicó una disminución abrupta de la pobreza y la indigencia. Esto se combinó con la recuperación de las paritarias ausentes prácticamente durante los noventa. El Estado pasó a tomar a su cargo empresas que habían sido vaciadas y que no contaban con la mínima inversión. Los casos más paradigmáticos fueron Aerolíneas Argentinas e YPF. A partir de 2003 se ponen en marcha políticas integrales de inclusión, promoción y protección de derechos con un nivel de cobertura desconocido durante muchas décadas. La redefinición del papel del Estado tuvo su impacto en el aumento del gasto público que pasó de un 25 por ciento hasta un 36 por ciento del PBI en 2012. Todo esto a partir de una política de inversión que permitió la construcción de más de 1000 escuelas, 480.000 viviendas y la puesta en marcha de diversos programas sociales. En conclusión, la política macroeconómica de esta etapa, favoreció la inversión productiva en detrimento de la financiera, permitiendo generar un proceso de crecimiento en la producción y el empleo. •

Avellaneda, junio de 2016.

1 Ing. Ricardo Bosco; Ing. Pedro Basara; Ing. Silvio Colombo; Ing. Gregorio Glas; Ing. Gabriel Maresca; Ing. Carlos Muñoz.