Seis años de una construcción colectiva
Cuando publicamos hace poco menos de dos años, el libro Universidad Nacional de Avellaneda, Apuntes de una Fundación, decíamos, entre otras cosas, que nos correspondía, con tesón y humildad, aportar a la rica historia de la ciudad de Avellaneda, nutrirla y nutrirnos, porque desde siempre hemos considerado a la relación entre la Universidad y la comunidad como una relación indisociable.
Somos expresión de una historia social, cultural y política extraordinaria, cuya sustancia debemos recoger para hacerla presente en los miles de estudiantes que han justificado (y continúan haciéndolo día tras día) la justicia histórica de la creación de ésta y de todas las universidades públicas que han surgido en los años precedentes.
Es, también, síntoma de una cierta interrupción del paradigma con el que fue fraguándose el sistema universitario argentino. Las nuevas universidades establecen un vínculo de nuevo tipo con la sociedad que las hospeda. Se trata de una relación que se está transformando radicalmente, del mismo modo que tiene planteado hacerlo la educación superior toda. La universidad ya no “se estira” más o menos filantrópicamente para llegar con el producto de su labor a la comunidad. Ahora, la comunidad está en la universidad. La puebla y la modifica, la interpela en lenguas nuevas, mientras redefine las propias, en un movimiento palpitante y de un enorme potencial transformador. Afrontar, entonces, la andadura de la UNDAV implicó, desde el primer día, asumir de manera creativa un eje crucial de su propuesta institucional: labrar una relación con la realidad local y regional para construir, en estrecho vínculo, respuestas comunes a las demandas de una sociedad mejor.
La puesta en marcha, desde el mismo iniciarse de nuestra labor institucional, del Consejo Social, un órgano consultivo que funciona como mecanismo de participación y permite la inclusión de actores externos a la universidad, es una expresión cabal de esa preocupación. El objetivo era entonces (y sigue siendo hoy, con más énfasis todavía) propiciar un espacio de diálogo social y poner en debate demandas y problemáticas específicas de la comunidad; esto es, dar vida cierta a la voluntad de construir una universidad que escucha, que está dispuesta a aprender –presupuesto esencial de la enseñanza– y propender así a una articulación indispensable para potenciar sinergias constructivas. El Consejo Social, integrado por un representante de las cámaras empresariales, un representante de organizaciones sindicales, uno del gobierno local y dos de organizaciones no gubernamentales, designados por un período de dos años, es una clave de este propósito, y su carácter rotativo propicia que toda la comunidad pueda sentirse representada. Por otro lado, su existencia está establecida en el Estatuto Universitario. El artículo 19 prevé su funcionamiento y su carácter institucional en el apartado que define a los Órganos de Asesoramiento y Contralor y, aspecto fundamental, un representante elegido entre sus pares, integra el Consejo Superior de la Universidad. Esto consolida la institucionalidad de este órgano y potencia la relación estrecha que procuramos establecer. Son muchas las universidades de nuestro sistema que han echado a andar espacios de esta naturaleza. La Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) por ejemplo, fue sede del primer encuentro nacional de consejos sociales, y en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) tuvo un rol activo para centralizar las demandas sociales tras las inundaciones que aquejaron a esa ciudad del sur. Las enumeraciones son odiosas, pues siempre es posible olvidar alguna, pero sabemos que existen Consejos en las Universidades Nacionales de General Sarmiento, del Noroeste de Buenos Aires, La Plata, Arturo Jauretche, Litoral, Lanús, Comahue, Tres de Febrero, Moreno, La Matanza, Chaco Austral, San Juan. Seguramente la lista sigue.
Universidad y territorio
Ya desde los primeros años, la Universidad se propuso desarrollar los sueños que animaron su creación. Por ejemplo, el proceso de curricularización de la Extensión a través del Trayecto Curricular Integrador es uno de los más innovadores entre aquellos en marcha desde algunas de las universidades nacionales. Es una impronta de la Universidad: la posibilidad de trabajar con las distintas temáticas barriales, en distintos sectores de la región, porque no sólo es en Avellaneda, también en Barracas, La Boca, Pompeya, Lomas de Zamora, Lanús, Dock Sud, sobre la base de proyectos que se gestan en espacios comunes, en los que se involucra la sociedad civil, los partidos políticos, los gremios, las sociedades de fomento, los clubes. Todos involucrados en participar en proyectos junto con la Universidad que, a su vez, son de cursada obligatoria. Ideológicamente nos desafía a formar profesionales vinculados fuertemente a lo territorial con base en un proyecto en el que se ha pensado lo académico, la extensión, la investigación, la transferencia. A propósito de este concepto, necesitamos despojarlo de la herencia significante de los años 90, que hicieron que se lo entienda como una cuestión de servicio público. No la pensamos así, sino como ese intercambio que existe con la comunidad, con la sociedad, en el que tanto aprendemos como enseñamos. Una muestra elocuente de la significación que producen innovaciones de este tipo, es que el excelente libro elaborado por Rodrigo Ávila Huidobro, Liliana Elsegood –que es nuestra secretaria de Extensión Universitaria–, Ignacio Garaño –secretario de Bienestar Universitario– y Facundo Harguinteguy, Universidad, territorio y transformación social. Reflexiones en torno a procesos de aprendizaje en movimiento, de amplia difusión y verdadero vehículo de importantes intercambios interinstitucionales, ha dado, en su marcha “dialógica”, un nuevo paso, pues ha sido traducido al portugués. Este es el resultado de un intenso intercambio entre la Universidad Nacional de Avellaneda y la Universidad de Passo Fundo (Brasil), a partir del cual se propició una co-edición entre UNDAV Ediciones y UPF Editora (sello editorial de la universidad brasileña) que, además de constituir un trabajo de integración académica entre las instituciones, da cuenta del interés que genera esta experiencia. Basta referir las palabras de la vicerrectora de Extensión y Asuntos Comunitarios de la UPF, Bernadete Maria Dalmolin: “El libro nace de un deseo muy grande de construir una universidad diferente, en la que todas las personas de aquella región de Argentina pudiesen ser parte de ella de alguna forma y, a través de eso, tener una formación académica socialmente comprometida. Nosotros también creemos en una universidad que responda mejor a las problemáticas de nuestra sociedad, y para eso precisamos transformar nuestros métodos y concepciones”.
“Todo lo que se genera en la Universidad tiene que transferirse. La Universidad no es sólo de los universitarios, es de toda la sociedad. Y para toda la sociedad.”
Esto me convence aún más de que todo lo que se genera en la Universidad tiene que transferirse. La Universidad no es sólo de los universitarios, es de toda la sociedad. Y para toda la sociedad. Aquí nos anima una voluntad de la que hacemos tesoro: que la universidad debe contribuir desde su lugar de entidad generadora de nuevos conocimientos a la construcción de políticas nacionales. En tal sentido, para alcanzar sociedades justas, libres, soberanas y democráticas, en nuestro Continente se requiere cambiar el perfil histórico de las Casas de Estudios, constituyéndolas en espacios de construcción de saberes sociales que incluyan la visión del conjunto de ese colectivo que denominamos pueblo. La inclusión del pueblo en el ámbito de la educación superior requiere de nuevos espacios, que se caractericen por la existencia de nuevas miradas pedagógicas que permitan la creación de estrategias y formas de trabajo innovadoras.
En su momento (2014), me tocó participar en el seminario de formación “Prácticas Sociales Educativas”, que organizó la Secretaría de Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil de la UBA y la Asociación de Docentes de la Universidad de Buenos Aires (ADUBA). Allí hicieron la presentación de los Trabajos Sociales Educativos de la UBA. Es una experiencia que comenzó a ser obligatoria a partir de 2015 y tiene algo que ver con nuestro Trabajo Social Comunitario. Y la verdad es que sentía cierto orgullo: que la UBA inicie algo que algunas universidades del Conurbano venimos haciendo desde 2011, es gratificante. Me dio algo de rubor referirme a Avellaneda, pero lo hice hablando en plural, comprendiéndola como una construcción colectiva. Aun así, no debemos conformarnos. Respecto de Trabajo Social Comunitario, tenemos que lograr que otras universidades realicen un análisis de lo que hacemos, una mirada de pares, tomando algo del esquema que tiene la CONEAU. Propiciar que se constituya un organismo nacional, que tenga su mirada puesta en estos desarrollos. No una perspectiva de la calidad como se pensó en la década de los años noventa, vinculada con los rankings internacionales, buscando afectar la cuestión presupuestaria, sino una mirada de mejora y crecimiento y, a su vez, de priorización y de planificación educativa.
Pensar la educación
Estimo, por otro lado, que un aporte (modesto, pero sostenido) que hacemos es el de pensarnos como parte indisoluble de la educación argentina. Una cierta tradición universitaria tiende a “padecer” las dificultades de los estadios previos, en lugar de pensarse como parte y, entonces, imaginar vías posibles para contribuir con su solución, sin dejar de sopesar algunos elementos respecto de los cuales debemos responsabilizarnos. Por ejemplo, la ley 1420 (1884) logró que la escuela primaria fuera obligatoria en el siglo XIX. Y la secundaria lo es recién en el siglo XXI. Bueno, es un hiato significativo. Entonces, pensemos a la educación de manera integral. La UNDAV tiene una experiencia desarrollada de articulación con 29 escuelas medias de Avellaneda, con las que abordamos el acceso directo a la Universidad, con base en un trabajo de construcción común, con las/os docentes, las/os directivos y las/os pibes en el aula. Es un desafío alto. La exigencia (aún no realizada) de integrar a los distintos niveles educativos no exime a las Universidades de la necesidad de responsabilizarse, y de ensayar hipótesis que contribuyan a vías posibles de resolución. A veces, el debate en los Foros parecería ser “inclusión versus calidad”. Es una polémica falsa: no hay inclusión sin calidad. Nos moviliza un concepto que está vinculado con Pablo Freire: el de construir el conocimiento. Es interesante lo que pasó en estos años con ese gran divulgador que es Adrián Paenza. Sin reduccionismos de ningún tipo, y abordando la exigencia del mayor rigor teórico, hace falta partir de una imprescindible conversación que nos haga sentir próximos, y que necesitamos emprender con base en una lengua que esté “entre nosotros”.
No nos podemos permitir, como suele repetir (y coincido) Eduardo Rinesi, que las universidades del Conurbano sean universidades “más o menos”. La evaluación institucional es, para eso, otro aspecto clave. Por una convicción personal, autocrítica, y porque nos permite mejorar. Ahora bien, no debe quedar sólo en los papeles. En el octavo año debemos tener una evaluación externa, porque no siempre la mirada propia es la mejor. Eso nos permitirá brindarnos para un tiempo político nuevo. Debemos tener la tranquilidad, propia y de toda la comunidad, de que lo hecho está bien. Hemos firmado un importante convenio con la CONEAU para poner en marcha la evaluación externa y estamos ya desarrollando la autoevaluación, son jalones a los que no solo no tememos, sino para los que trabajamos, con responsabilidad y espíritu autocrítico.
En febrero de 2011 la Universidad tenía una propuesta educativa de seis carreras, y unos setecientos estudiantes. Nuestros primeros seis años de vida nos encuentran con una propuesta educativa de 38 carreras grado, pregrado y distancia y 4 posgrados. Teníamos claro que impulsaríamos dos carreras de grado por Departamento, de modo que, en mi cabeza, siempre hubo doce carreras de grado, una tecnicatura y un posgrado por carrera; van veinticuatro. Y a eso le sumamos Educación a Distancia; son treinta carreras. Digamos que esa proyección era nuestra aspiración de máxima. Pues bien, la hemos superado. Los estudiantes que iniciaron el cuatrimestre superan los 17.000.
En este marco, es preciso señalar, no sin preocupación, que la durísima situación socio-económica, además de señalar un escenario desafiante en sentido positivo, es expresión, también, de un escenario desafiado. En este primer semestre aproximadamente un 12 por ciento de las/os estudiantes ha dejado de cursar como consecuencia del aumento de las tarifas del transporte, la pérdida de poder adquisitivo en sus hogares, la necesidad de aportar a la economía familiar con más ingresos, o la imposibilidad de afrontar los gastos de cursada, como fotocopias, apuntes, etc. Estos porcentajes seguirán creciendo si la situación no se revierte y nos exige pensar y sugerir soluciones posibles, como comunidad universitaria comprometida.
Un sistema solidario y desafíos intergeneracionales
Recuerdo que cuando hicimos el planteo de nuestra proyección de crecimiento y desarrollo ante la CONEAU, nos dijeron: “están locos”. Estos años, sin embargo, están dándonos la razón. Y aun así, pensamos al sistema en términos solidarios, otra conducta sería irresponsable. Para incrementar la financiación de una universidad, debo sacarle recursos a otra y el resultado es que todas acabarían por ser mediocres. Es necesario potenciar las carreras, deben funcionar bien, y eso exige responsabilidad y trabajo colectivo, hacia adentro y hacia afuera.
Nuestra generación con sus más y sus menos, tiene que garantizar la transición a las generaciones que vengan, sostener lo que se ha logrado y, sobre todo, no retroceder en materia de derechos, de desarrollo político. Si hay una generación que cree en los tecnócratas, que no cree en los políticos que, al contrario, hablan de la política con cierto desdén, entonces aún hay algo para modificar. Nosotros creemos en la política, pero eso no nos lleva a descreer de lo técnico, puesto al servicio de la política. La operación contraria ya la vivimos. Y a esto se asocia otra distorsión seria que es considerar a la imagen más importante que la palabra. Nosotros hasta por el recorrido de nuestra formación, consideramos siempre a las palabras más importantes que las imágenes. Y las imágenes en todo caso, como reflejo de las palabras. Allí es donde vuelve a situarse la responsabilidad frente a los jóvenes, sin perder de vista que son pibes de otra generación, con un potencial enorme. Estoy seguro que van a madurar y serán mucho mejores que nosotros, pero hoy piensan que esa pelea está en otro lado, no en el Centro de Estudiantes, no en la Universidad. Es algo que necesitamos trabajar con ellos. Y con la sociedad toda, para que puedan defender sus derechos, reconociéndolos: es decir, ejerciéndolos. Esto lo tiene que hacer nuestra generación. En unos años seremos soporte, apoyo, de otra que vendrá. La gestión es llevar adelante ideas y acciones políticas y darle sentido a nuestras ideas y pensamientos. Asumir, en suma, una concepción no contingente de la gestión.
La UNDAV cumple seis años: intensos, transformadores, de muchísimo trabajo realizado y de enormes desafíos por delante. Es alentador saber que ese camino lo hemos recorrido y lo seguiremos recorriendo con la fortaleza de una sociedad protagonista y comprometida. •
Jorge Calzoni: Ingeniero. Rector de la Universidad Nacional de Avellaneda desde su creación en 2010.