Cadenas globales de valor y su impacto en el empleo
A simple vista, uno podría sospechar que los sectores productivos (empresarios, emprendedores, cooperativas) analizan con mayor protagonismo las cadenas de valor. Los trabajadores (gremios, asociaciones profesionales), por su parte, comprenden mejor su impacto en el empleo, sin desdeñar aquí la participación inescindible del sector público en tanto regulador de los intereses cruzados en cuanto a cadenas de valor, empleo y competitividad se refiere. Tampoco puede soslayarse la cuestión ideológica, dado que hablar de competitividad no es lo mismo para posiciones liberales o progresistas.
¿De qué manera la universidad participa en esta temática?; ¿es sólo formadora de recursos humanos, profesionales y/o ciudadanos? ¿Su participación se reduce a la investigación y/o actividades de extensión universitaria? ¿Debe orientar su propuesta académica a las demandas del mercado, o promover desarrollos en función de los intereses que la estrategia de crecimiento nacional promueva? ¿Debe proyectarse en función de intereses regionales o globales?
Elegir ser un país agroexportador de materias primas o alimentos no es sólo una cuestión determinada por la naturaleza, es una decisión política. Ser el “supermercado del mundo” poniendo nuestras góndolas para productos importados, también lo es.
Pues bien, la universidad puede participar, involucrarse en las implicancias de cada uno o de todos estos interrogantes: al fin y al cabo es una decisión política. No hay neutralidad en la gestión, ni siquiera en la ciencia: a lo sumo hay la honesta exigencia de objetividad, pero la utilización o aplicación de sus resultados es subjetiva y depende de factores políticos en su instrumentación e ideológicos en su concepción. Cuando un país decide priorizar unas cadenas de valor en detrimento de otras, no hay allí una decisión neutral… excepto para quienes creen en el pensamiento único.
Elegir ser un país agroexportador de materias primas o alimentos no es sólo una cuestión determinada por la naturaleza, es una decisión política. Ser el “supermercado del mundo” poniendo nuestras góndolas para productos importados, también lo es.
Subsidiar a la población o a las empresas vía tarifazos, exenciones o devaluaciones, también es una decisión política y no meramente económica.
Vivimos un mundo complejo, multipolar. Con la caída del Muro de Berlín también se fisuraron los cimientos del capitalismo, y las corporaciones creyeron estar por encima de los Estados-Nación; hasta la justicia neoyorquina consideró esto una injusticia y falló a favor de los llamados “fondos buitres” en contra de un Estado-Nación.
En un reportaje que le realizaran hace poco, Lech Walesa, el otrora presidente polaco y líder sindical, hablaba del riesgo de desaparición de los Estados-Nación. Perón, por su parte, nos hablaba hace 70 años del continentalismo, y eso lo vivimos a comienzos del siglo XXI: Mercosur, Unasur, CELAC, BRICS, Vínculos Sur-Sur, ALBA, etc.
En cambio, con el surgimiento del neoliberalismo, es decir con posterioridad a la caída del Muro, ya sin contraparte geopolítica, apareció el concepto de globalización, para esconder poco (y mal) la hegemonía de una potencia mundial como Estados Unidos.
Pero no nos confundamos, no su gobierno, sino sus corporaciones, que van más allá de sus fronteras, sus multinacionales, sus industrias que requieren no ya de un gobierno que las defienda, sino de sus servicios de inteligencia y aun su apoyo armado, para cuando lo consideran necesario.
Regiones arrasadas por excusas vanas e incomprobables (por ejemplo, armas de destrucción masiva que nunca se encontraron), para luego reconstruirlas como un buen negocio para pocos y dolores inmensos para la mayoría, tanto de esas regiones como de los propios soldados.
A ese mundo globalizado y hegemónico, ya no le interesa ni siquiera el capitalismo, ni los Estados-Nación; es un regreso a las viejas monarquías no ya con reyes y princesas, sino con dueños y accionistas, y CEOs para administrar.
Una globalización en la que cada vez menos tienen cada vez más configurando una desigualdad intolerable en la que las cadenas de valor no las decide ni un gobierno ni el mercado sino monopolios y, en el mejor de los casos oligopolios, cuya única motivación es más y más rentabilidad sin importar las consecuencias.
En ese marco, el empleo dejará de ser un derecho y las masas de desocupados superarán a la de los trabajadores registrados. Basta, para ello, mirar al viejo mundo: parafraseando la famosa sentencia de Alfonso Guerra, podríamos decir que a esta Europa no la conoce ya ni la madre que la parió.
Una voz esclarecedora como la del Papa Francisco viene alertando que el problema no es la coyuntura económica sino la perversidad de un sistema cada vez más injusto, más inhumano que, indefectiblemente, desembocará en una guerra fratricida y salvaje del “sálvese quien pueda”; es decir, la condición anterior al hombre social, al hombre civilizado, si vale aquí el término.
Por eso, la universidad, más allá de la especificidad de los conocimientos, debe tratar de manera integral los problemas que aborde.
Sin neutralidad, pero sí con objetividad científica y con subjetividad ideológica. Y en esa lógica los intereses de las mayorías deben prevalecer por sobre los de las minorías, para mi humilde entendimiento de las políticas. Lo contrario solo contribuye a reproducir la desigualdad, y amplificarla. •
Jorge Calzoni: Ingeniero. Rector de la Universidad Nacional de Avellaneda desde su creación en 2010.